Zaragoza dedica una plaza al capellán de la cárcel de Torrero entre 1936 y 1942. “Mi actitud contrastaba vivamente con la de otros religiosos, incluso superiores míos, que se entregaban con regocijo extraordinario y no solo aprobaban cuanto ocurría, sino que aplaudían y prorrumpían en vivas con frecuencia”, escribió Gumersindo de Estella en su diario.