Nadie más lo ha hecho así. Lo juro. He tenido amantes amables, atentos, incluso esforzados. Algunos me han preguntado qué me gusta. Otros han seguido tutoriales con devoción robótica. Alguno me ha sorprendido. Pero lo tuyo era distinto. Era salvaje, sí, pero preciso. Era íntimo y, al mismo tiempo, completamente impúdico. Como si me dijeras con la cara hundida en mi sexo: «Aquí estoy, disolviéndome, y si me muero así, que no me lloren».