Imaginen un puerto. Tiene carretera reviradísima. Herraduras, vale, pero sobre todo curvitas de esas que traicionan, que entras en ellas y bajan grados como un vuelo Málaga-Reykjavik. Imaginen, además, que por allí hay vacas sueltas, que me lo dejan todo perdido con moñigas, moñigas apestosas (poco) y deslizantes (mucho). Imaginen los limacos (que resbalan), el verdín (que resbala), un poco de barrillo (que resbala). Imaginen, además, que en ese puerto se meta mucho la niebla, que tengas siempre esa nube que moja, que mira y no deja mirar, sobr