Larry Bird no parecía el típico futuro ídolo del baloncesto. No era rápido, no era espectacular, pero cada vez que salia a la cancha la llenaba. Un tipo blanco, con pinta de granjero, amante de la cerveza barata, el tabaco… y con la espalda destrozada. Apenas podía saltar sobre un periódico, pero tenía algo que no se entrenaba: el coraje de un gigante. Sin grandes saltos ni físico de superestrella, terminó ganando tres MVPs, tres anillos de campeón y un lugar eterno entre los más grandes de la historia.