-¡Me han dado!. Los gritos de Paul Conroy fueron los primeros que se escucharon en la oscuridad absoluta que dominaba la estancia. -¡A Mary también!. A Marie Colvin la había decapitado la metralla. Al disiparse el humo la imagen era estremecedora. Varios cuerpos se encontraban entremezclados con los cascotes, los ordenadores y las cámaras de los informadores. Para uno de ellos, Hussein, de 22 años, Alá decidió la suerte de cada uno. En mi caso y en el de William Daniel fue un muro. En el caos bélico, el destino se decide a veces por centímetros
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