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(Sigue lo anterior)

Según sea la militancia de los responsables reales o supuestos. Y a veces, hasta de las víctimas.

Apenas hay periodismo político real en España, sino declaraciones de políticos y cuanto en torno a ellos se genera. Raro es el trabajo periodístico que no incluye declaraciones de políticos a favor o en contra, marginando el interés del hecho en sí para derivarlo a lo que el político opina sobre él, aunque esa opinión sea una obviedad o un lugar común, o quien habla maneje mecanismos expresivos o culturales de una simpleza aterradora. Lo que cuenta es que el político esté ahí. Que adobe y remate el asunto. Hasta el silencio de un presidente o un ministro se considera noticia de titulares de prensa. Por modesta o mediocre que sea a veces, la figura del político asfixia a todas las otras. Hasta en la prensa local del más humilde pueblo español, las páginas abundan en politiqueo municipal, convirtiendo cualquier menudo incidente concejil en asunto de supuesto interés público. Los mecanismos internos más aburridos de cualquier formación política importante se examinan hasta el agotamiento. En mi opinión, las horas que un tertuliano de radio o televisión dedica en España a analizar la mecánica interna de los partidos no tienen equivalente en el mundo democrático

Todo eso agota al lector, al oyente, al telespectador. Lo aburre y lo expulsa del debate, haciendo que vuelva la espalda a la política, haciéndolo atrincherarse allí donde las palabras reflexión y lucidez desaparecen por completo. Tampoco ayudan a ello las voces que en ocasiones el periodismo pone sobre la mesa, como algunos tertulianos y opinadores profesionales alineados con tal o cual postura, o que han ido readaptándola cínicamente en los últimos 40 años, de modo que antes de que abran la boca ya sabes, según el individuo y el momento, lo que van a decir. Del mismo modo que reconoces tal o cual emisora de radio, en el acto, por el tono de sus intervinientes, aunque ignores el nombre de estos. Igual que con alguien en la calle, a los pocos minutos de conversación, sabes exactamente que periódico lee o que emisora de radio escucha.

Para cualquier lector atento de varios medios, es evidente que el periodismo en España se ha contaminado de ese ambiente enrarecido, de ese sesgo peligroso que tanto desacredita las instituciones en los últimos tiempos y del que son responsables no solo los políticos, ni los periodistas, sino también algunos jueces demasiado atentos a los mecanismos de la política, el periodismo y la llamada opinión pública. Y tampoco la crisis económica contribuye a las deseadas libertad e independencia. La inversión publicitaria pasó de 2.100 millones de euros en 2007 a menos de 700 en 2013. Eso aumenta la tentación de cobijarse bajo los poderes establecidos, y el periodismo como contrapoder se vuelve un ejercicio peligroso. Por sus propios problemas, algunos medios deciden no ir contra nadie que tenga poder o dinero. Y surge otro serio enemigo del periodismo honrado: la autocensura. Cuando el redactor jefe, en vez de animarte, te frena. Nos gusta ver en las películas cómo periodistas intrépidos consiguen la complicidad y el aliento de sus superiores; pero eso, aunque por fortuna ocurre a veces, no es aquí el caso más frecuente. No se practica con igual entusiasmo en las redacciones, más atentas a notas de prensa de gabinetes que a patear el asfalto. Y así, los partidos, las grandes empresas de la banca, las comunicaciones y la energía, entre otras, aprovechan la dependencia de los medios para dar por supuesta, cuando no imponer, la autocensura en las redacciones.

Supongo que habrá soluciones para eso. Posibilidades de cambio y esperanzas. Pero no es asunto mío buscarlas. No soy sociólogo, ni político. Apenas soy ya periodista. Solo soy un tipo que escribe novelas, que fue reportero en otro tiempo. Y hoy, puesto que aquí me han emplazado a ello, traigo mi visión personal del asunto, parcial, subjetiva, que pueden ustedes olvidar, con todo derecho, en los próximos cinco minutos. La transición del papel a lo digital, los productos de pago en la red, la eventualidad de que nuevos filántropos, capital riesgo y empresarios particulares unan sus esfuerzos para hacer posible un periodismo solvente y de calidad, son posibilidades ilusionantes que sin duda serán abordadas por quienes aún creen que solo un periodismo que pide cuentas al poder, en cualquier forma de soporte inventada o por inventar, tiene futuro. Esa es, y será siempre, la verdadera épica del periodismo y de quienes lo practican: pelear por la verdad, la independencia y la libertad de información pagando el precio del riesgo, en batallas que pueden perderse, pero que también se pueden ganar. Haciendo posible todavía, siempre, que un alcalde, un político, un financiero, un obispo, un poderoso, cuando un periodista se presente ante ellos con un bloc, un bolígrafo, un micrófono o lo que depare el futuro, sigan sintiendo el miedo a la verdad y al periodismo que la defiende. El respeto al único mecanismo social probado, la única garantía: la prensa independiente que mantiene a raya a los malvados y garantiza el futuro de los hombres libres.

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#35 Ahí te dejo un poquito de ideas políticas frívolas del Reverte a nivel cuñao. Se lo soltó en el careto, con dos cojones, a la plana mayor del grupo Prisa, Pais incluido, en la entrega de los premios Ortega y Gasset, a la que le invitaron para hacer el discurso final. Te van a gustar el lenguaje florido, los exabruptos y alguna simpleza más.

SOBRE MIEDO, PERIODISMO Y LIBERTAD
A.Perez-Reverte


Hace medio siglo recibí la más importante lección de periodismo de mi vida. Tenía 16 años, había decidido ser reportero, y cada tarde, al salir del colegio, empecé a frecuentar la redacción en Cartagena del diario La Verdad. Estaba al frente de esta Pepe Monerri, un clásico de las redacciones locales en los diarios de entonces, escéptico, vivo, humano. Empezó a encargarme cosas menudas, para foguearme, y un día que andaba escaso de personal me encargó que entrevistase al alcalde de la ciudad sobre un asunto de restos arqueológicos destruidos. Y cuando, abrumado por la responsabilidad, respondí que entrevistar a un político quizás era demasiado para mí, y que tenía miedo de hacerlo mal, el veterano me miró con mucha fijeza, se echó atrás en el respaldo de la silla, encendió uno de esos pitillos imprescindibles que antes fumaban los viejos periodistas, y dijo algo que no he olvidado nunca: “¿Miedo?... Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti”.

Pienso en eso a menudo. Y últimamente, en España, más todavía. Ninguna de la media docena de certezas, de lecciones fundamentales que he ido adquiriendo con el tiempo, supera esas palabras que un viejo zorro de redacción dirigió a un inseguro aprendiz de periodista: Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti. Todo el periodismo, su fuerza, su honradez, hasta su épica, se resume en esas magníficas palabras. En esa declaración segura de sí, casi arrogante, formulada por un humilde redactor de provincias.

Miedo, es la palabra. No hay otra. O al menos, no la conozco. Miedo del alcalde correspondiente, o su equivalente, ante el bloc y el bolígrafo, o lo que los sustituya hoy, manejados por una mano profesional, eficaz y honrada en los términos en que el periodismo puede considerarse como tal. He escrito alguna vez, recordando siempre a Pepe Monerri, que el único freno que conocen el político, el financiero o el notable, cuando llegan a situaciones extremas de poder, es el miedo. En un mundo como este, donde las ingenuidades y las simplezas de mecherito en alto y buen rollo a menudo son barajadas por los canallas, como instrumento, y creídas por los tontos útiles que ofician de ganado lanar y carne de cañón, ese es el único freno real. El miedo. Miedo del poderoso a perder la influencia, el privilegio. Miedo a perder la impunidad. A verse enfrentado públicamente a sus contradicciones, a sus manejos, a sus ambiciones, a sus incumplimientos, a sus mentiras, a sus delitos. Sin ese miedo, todo poder se vuelve tiranía. Y el único medio que el mundo actual posee para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa libre, lúcida, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles.

Nunca en esta democracia, como en los últimos años, se ha visto un maltrato semejante en España del periodismo por parte del poder. Aquel objetivo elemental, que era obligar al lector a reflexionar sobre el mundo en el que vivía, proporcionándole datos objetivos con los que conocer este, y análisis complementarios para mejor desarrollar ese conocimiento, casi ha desaparecido. Parecen volver los viejos fantasmas, las sombras siniestras que en los regímenes totalitarios planeaban, y aún lo hacen, sobre las redacciones. Lo peligroso, lo terrible, es que no se trata esta vez de camisas negras, azules, rojas o pardas, fácilmente identificables. La sombra es más peligrosa, pues viene ahora disfrazada de retórica puesta a día, de talante tolerable, de imperativo técnico, de sonrisa democrática. Pero el hecho es el mismo: el poder y cuantos aspiran a conservarlo u obtenerlo un día no están dispuestos a pagar el precio de una prensa libre, y cada vez se niegan a ello con más descaro. Basta ver las ruedas de prensa sin preguntas, el miedo a comparecencias públicas, los debates electorales donde son los políticos y sus equipos, no los periodistas desde la libertad, quienes establecen el formato. Como si hubiera, además, que agradecerles la concesión. Y la sumisión de los periodistas, y de los jefes de esos periodistas, que aceptan ese estado de cosas sin rebelarse, sin protestar, sin plantarse colectivamente, con gallardía profesional, frente a la impune soberbia de una casta a la que, en vez de dar miedo, dan, a menudo, impunidad, garantías y confort.

Aterra la docilidad con la que últimamente, salvo concretas y muy arriesgadas excepciones, el periodismo se pliega en España a la presión del poder. Creo que nunca se ha visto, desde que se restauró la democracia, un periodismo tan agredido por el poder político y financiero. Y nunca se ha visto tanta mansedumbre, tanta resignación en la respuesta. Apenas hay afán por buscar, por investigar, excepto cuando se trata de servir intereses particulares. Entonces, para procurar munición al padrino que a cada cual corresponde o se ha buscado para sobrevivir, entonces sí hay luz verde, y hay medios, hasta que se topa con la línea roja correspondiente a cada cual: la banca, la telefonía, la publicidad, el nacionalismo correspondiente, la Iglesia, tal o cual sigla de partido, lo socialmente correcto llevado hasta extremos de estupidez. Y en pocos casos se trata de hacer reflexionar al lector sobre esto o aquello. Se trata, por lo general, de imponerle una supuesta verdad. Y ese parece ser el triste objetivo del periodismo español de hoy: no ayudar al ciudadano a pensar con libertad. Solo convencerlo. Adoctrinarlo.

España es un lugar con una larga enfermedad histórica que se manifiesta, sobre todo, en un devastador desprecio por la educación y la cultura, y una siniestra falta de respeto intelectual por quien no comparte la misma opinión. Por el adversario. Siempre creí, porque así me lo enseñaron de niño, que los únicos antídotos contra la estupidez y la barbarie son la educación y la cultura. Que, incluso con urnas, nunca hay democracia sin votantes cultos y lúcidos. Y que los pueblos analfabetos nunca son libres, pues su ignorancia y su abulia política los convierten en borregos propicios a cualquier esquilador astuto, a cualquier manipulador malvado. A cualquier periodismo deshonestamente mercenario.

Y así, con frecuencia, aquí todo asunto polémico se transforma, no en debate razonado, sino en un pugilato visceral del que está ausente, no ya el rigor, sino el sentido común. Apenas existe en los medios españoles un debate solvente político, social o cultural merecedores de ese nombre, sino choques de posturas. Diálogos de sordos, a menudo en términos simples, clichés incluidos, de derecha e izquierda. La presencia de nuevas formaciones políticas que buscan espacios distintos no varía la situación. Se sigue buscando situarlas en uno u otro de los tradicionales, como si de ese modo todo fuese más claro. Más definido. Más fácil de entender.

Destaca, significativa y terrible, la necesidad de encasillar. En España parece inconcebible que alguien no milite en algo; y, en consecuencia, no odie cuanto quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Aquí, reconocer un mérito al adversario es tan impensable como aceptar una crítica hacia lo propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectarismos heredados, asumidos sin análisis. Toda discrepancia te sitúa como enemigo, sobre todo en materia de nacionalismos, religión o política. Me pregunto muchas veces de dónde viene esa vileza, esa ansia de ver al adversario no vencido o convencido, sino exterminado. Y quizá sea de la falta de cultura. De ciudadanos simples surgen políticos simples, como los que muestran esos telediarios en los que, al oír expresarse a algunos políticos casi analfabetos (y casi analfabetas, seamos socialmente correctos), te preguntas: ¿Por quién nos toman? ¿Cómo se atreven a hablar en público? ¿De dónde sacan esa cateta seguridad, esa contumaz desvergüenza?... Sin embargo, la falta de cultura no basta para explicarlo, pues otros pueblos tan incultos y maleducados como nosotros se respetan a sí mismos. Quizá esa Historia que casi nadie enseña en los colegios pueda explicarlo: ocho siglos de moros y cristianos, el peso de la Inquisición con sus delaciones y envidias, la infame calidad moral de reyes y gobernantes.

Pues bien. Ese “conmigo o contra mí” envenena, también, las redacciones. Los veteranos periodistas recordarán que en los años de la Transición, y hasta mucho después, la línea ideológica, el compromiso activo de un medio informativo, los llevaban el quipo de dirección, columnistas y editorialistas, mientras que los redactores y reporteros de infantería, honrados mercenarios, eran perfectamente intercambiables de un medio a otro. Un periodista podía pasar de Pueblo al Arriba, a Informaciones, a Diario 16 o a El País con toda naturalidad. Incluso redactores de El Alcázar, la ultraderecha de la derecha, tuvieron vidas profesionales en otros medios. Ahora, eso es casi imposible. Las redacciones están tan contaminadas de ideologías o actitudes de la empresa, se exige tanta militancia a la redacción, que hasta el más humilde becario que informa sobre un accidente de carretera se ve en la necesidad de dar en su folio y medio un toquecito, una alusión política, un puntazo en tal o cual dirección, que le garantice, qué remedio, el beneplácito de la autoridad competente. Y ya que hablo de sucesos, está bien recordar que hasta los sucesos, los accidentes, las desgracias, son tratados ahora por los medios, a menudo, según el parentesco político más cercano. Según se

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Algunos de los que ya no caben estais convirtiendo en antirrevertismo en un género humorístico clásico de Meneame. Y ya veis que lo teneis acojonado, el tito no se atreve a abrir la boca de puro miedo que os tiene, fieras. Y a vuestra credibilidad argumental e intelectual. Y a vuestros espectaculares curriculos, que deben ser la ostia. No como el suyo, que apenas tiene cuatro viajes, dos lecturas, dos tebeos en su biblioteca y algun librillo publicado en Andorra. No sé como se atreve, a diferencia de vosotros, que teneis autoridad de sobra, peazo figuras. ¿Es que no os cansais nunca de hacer el ridículo?

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El tio Reverte pasó 21 años currando en territorios comanches que el juez Garzón conoce sólo por los telediarios. Ese "sin tener idea de nada" del guillemciutadellatocamelaflorcorneta es cojonudo. Que Guillemet se tome algo.

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Boko Haram está temblando
Arturo Pérez-Reverte

XLSemanal - 21/6/2015

No les llega la camisa al cuerpo, o sea. Tienen la boca tan seca que ni salivilla les queda para mojarse el dedo cuando pasan las páginas del Corán. Acojonados andan allí abajo, en el norte de Nigeria, sin pegar ojo, porque acaban de enterarse de la última: un juez de la Audiencia Nacional de España ha admitido a trámite una querella de la fiscalía contra Abubaker Shekau, jefe de Boko Haram: ese grupo terrorista que sale de vez en cuando en los telediarios porque secuestra niñas y mata y viola a troche y moche, y campa por sus respetos; y como las fuerzas armadas de allí no pueden con él, o con ellos, el Boko Haram ese, y el tal Abubaker, y su puta madre, se pasan por la bisectriz tanto la legalidad de Nigeria, por llamarlo de alguna manera, como la legalidad internacional, que también tiene maneras propias. Y como resulta que en España, como todo el mundo sabe, la Justicia está desahogada de curro, y los procesos judiciales van rápido, y los fiscales y los jueces no saben en qué entretenerse para matar el tiempo libre, y el tango que más se canta en los juzgados es el que dice que veinte años no es nada, pues se han dicho, oye, colega, ahora que tenemos unos días tranquilos en plan relax cup of café con leche vamos a montarle una querella a Boko Haram, o sea, un pifostio jurídico-taurino- musical que el nigeriano del turbante se va a ir de vareta por la pata abajo, como te lo cuento. Que se van a enterar esos indeseables terroristas de lo que vale un peine. Verán esos yihadistas afroamericanos de color subsahariano lo largo que tenemos, aquí, nuestro ya de por sí largo, robusto brazo de la ley.

La audaz idea, que me parece admirable en cuanto a su dimensión ética y sobre todo a sus efectos prácticos, proviene de un juez, vilmente inhabilitado de momento -maldita España ingrata, la nuestra-, cuyo nombre ustedes no adivinarían nunca: Baltasar Garzón. Que ya se le echaba de menos en los periódicos. O por lo menos yo lo echaba. El problema era que la percha legal para colgar el asunto, o sea, para que España se declarase competente, requería que Boko Haram hubiera causado alguna víctima española. Pero, gracias al Cielo que todo lo provee, apareció una víctima: no una violada o asesinada o mutilada, que de eso no tenemos ahora en Nigeria, pero sí una religiosa, monja española, que al llegar los malos -estupefacta, sin duda, de que tales cosas ocurran en África- fue «víctima de una situación de acoso y coacción», pues tuvo que escapar y esconderse. Nada menos. Con eso, según la denuncia interpuesta por Garzón, ya tenemos víctima española que llevar al folio, y nuestra implacable maquinaria judicial puede seguir su curso. De manera que, apreciando el asunto, un juez de la Audiencia, no me acuerdo ahora del nombre, ha admitido a trámite la querella por delitos de terrorismo y lesa humanidad. Y a por ellos vamos, oigan. Los del turbante pueden darse por fritos.

Y ahora, como españoles sedientos de justicia internacional que somos, deléitense ustedes imaginando la escena. Ese norte de Nigeria. Esa cabaña en un paisaje polvoriento y seco, rodeado de fosas comunes a medio llenar, donde ni el ejército nigeriano -uno de los más potentes y cabrones de África- se atreve a arrimarse. Ese Abubaker o como se llame, el jefe de Boko Haram, o sea, esa mala bestia que está allí a su aire, violando niñas de colegio de doce años o haciendo filetes, a golpes de machete, a algún paisano que se equivocó cuando le mandaron recitar una sura coránica, o que se llama Crescencio porque fue bautizado por un misionero y resulta que es cristiano. Y está el amigo Abubaker allí, como digo, todavía con la bragueta abierta y haciendo chas, chas, chas con el machete mientras un colega lo graba en video para colgarlo en Youtube dentro de un rato. Porque allí arrasa. En esas anda mi primo, como digo, cuando de pronto aparece un Landrover a toda leche, envuelto en una nube de polvo, se baja un prójimo con escopeta y le dice, oye, Abubaker, tío, que la hemos pringao. Un juez del Real Madrid te ha puesto una querella que te rilas, por terrorista. Y entonces el Abubaker se limpia la sangre de la cara -los machetes salpican mucho- y responde: «No me jodas, Mohamed, con lo a gusto que yo había empezado el día». Y el otro insiste. «Como te lo cuento, jefe. Lo he leído en Twitter». Y cuando el jefe terrorista pregunta de qué se le acusa, el colega informa: «Por lo visto asustamos a una monja, y eso en España debe de ser la hostia». Y entonces Abubaker, abatido, deja caer el machete, se sienta en una piedra, apoya la cabeza en las manos y dice: «Dios mío. No voy a tener más remedio que entregarme».

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¿Que pasa? ¿Donde están los odiadores habituales del tito Reverte? ¿Hoy no hay nadie dispuesto a comentar alguna imbecilidad?

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Un análisis del hombre
Carlos H Vázquez – gonzoo.com – 08/06/2015

No es Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) un tipo al que amen por igual jóvenes y adultos. No. Lo miran por televisión y se quedan un rato esperando a que el escritor suelte por su boca el titular. Después, cambian de canal, esperando la repercusión de su pesada palabra.

En ‘Hombres buenos’ (Alfaguara, 2015), Pérez-Reverte, basándose en la historia real —una especial de odisea homérica— del bibliotecario don Hermógenes Molina y del almirante don Pedro Zárate cuando fueron enviados a París para conseguir los veintiocho volúmenes de la ‘Encyclopédie’ de D’Alembert y Diderot, prohibida en España, se enzarza en la batalla perdida de la peripecia por la libertad mediante las luces de los libros y las sombras de los ignaros. Una historia que no es nueva si se analiza la sociedad y cómo el hombre, como declaró Plauto y popularizó el filósofo Thomas Hobbes, es un lobo para el hombre.

La sangre siempre ha gustado (sobre todo, los mártires). Más de uno estará esperando la caída de Arturo Pérez-Reverte. Algún enemigo de esos que no leyeron su obra pero que tienen suficiente con odiarle porque todos lo hacen. «Quien no tiene enemigos, o nubes de amenaza en el horizonte, corre el riesgo de dormirse y que el temporal lo encuentre así. Quien no tiene enemigos no sabe lo que se pierde», teoriza con conocimiento este hombre que vivió las guerras en primera persona y el linchamiento en carnes propias.

¿Será que ya no quedan héroes sino villanos? «Al contrario». dice. «En un mundo de villanos es donde mejor se aprecia la virtud de los héroes. Un mundo sin villanos sería asquerosamente aburrido. Nos convertiría en corderitos benévolos. Los villanos, paradójicamente, hacen surgir héroes. Esa es la gran aportación del villano a la historia de la humanidad», añade. De nuevo, otra teoría que respalda la dicotomía de los contrarios y la utilidad vital de cada uno dentro de la propia idiosincrasia. Pero están los que no tienen o no quieren tener enemigos. Llámense pacifistas o como se quiera, pero gente que carece de enemigos y, por consiguiente, de una manera de estar alerta. Alguien así, tanto si se es Arturo Pérez-Reverte o no, bien podría medirse por sus enemigos. «Yo siempre deseo a quienes amo que tengan enemigos. Un enemigo es algo útil, porque te mantiene lúcido y en vigilia constante». No es hablar ya de la necesidad de tenerlos, sino de encontrárselos por el camino de manera natural, por el desarrollo humano y por formarse un contrario de lo que es uno. El Némesis, el contrario, la sombra del sol. «Si quieres tener enemigos, supera a tus amigos; si quieres tener amigos, deja que tus amigos te superen», que diría François de la Rochefoucauld.

Hay personas despreciables y grandes humanos, aunque el clamor popular, irónicamente, acuse la falta de estos últimos buenos samaritanos. Se demuestra el hecho, de manera empírica, cuando la imagen de un perro maltratado toca más fibras que la de una pelea entre bandas en el metro. Cosa del costumbrismo, será. «Ningún ser humano vale lo que un buen perro». De ser así, y después de haber leído ‘Perros e hijos de perra’ (Alfaguara, 2014), ¿siente Arturo Pérez-Reverte aprensión por el ser humano? Habiendo buenos y malos hombres, a fin de cuentas, «el ser humano es el animal más peligroso que conozco, y a menudo puede ser también, si se le deja, el más despreciable», dice antes de analizar el porqué de su frase, partiendo de los códigos éticos de los perros en comparación con el código ético de los humanos: «Deberíamos aprender códigos éticos de los buenos perros. No hay lealtad, inteligencia ni constancia tan admirables como las de esos animales».

Incluso se alegran, aunque a la chita callando, los que ven caer al caído (valga la redundancia). Está mal visto expresarlo de cara al público pero no de dientes para adentro, como el catalán durante el franquismo. «Siempre dije que cuando desaparece un ser humano, puede desaparecer una buena persona o un perfecto malvado; pero cuando desaparece un buen perro, el mundo se torna más triste, más oscuro y menos noble». Concluye así, sin titubeos, marcando una línea clara entre el animal noble y el hombre.

Dentro de la gente que lo aprecia, cabe saber si Pérez-Reverte se siente sobrevalorado. Él no duda en responder afirmativamente que se siente «sobrevalorado con frecuencia», pero, por otra parte, en su entorno más personal y por lo general, «la vida, los amigos y los lectores han sido muy generosos conmigo». Bastaría con sentirse bien consigo mismo, sin reparar demasiado en la corrección política, para seguir adelante, sin cuestionarse.

Como un forastero en tierra patria, Arturo Pérez-Reverte regurgita opiniones sin compasión. Bueno, tal vez sea un extraño en un país donde lo políticamente correcto queda de puertas para fuera y la incorrección política, como se dice, en familia (otra vez la protección de casa cuando se opina a contrapelo). El protagonista de este reportaje, no se siente, de todas formas, un forastero. Al contrario. «Cuando escribo, procuro hacerlo de algo que conozco bien. Para obtener esa nacionalidad dedico muchas horas anteriores a conocer la materia de la que voy tratar. Para mí, escribir una novela es transitar felizmente por un mundo conocido», reconoce.

Sin embargo, ¿qué opinión le merece que alguien como Belén Esteban ‘escriba’ libros y sea, teóricamente, número uno en ventas? Antes de nada, aclara que «no es cierto que fuera número uno. Vi los informes Nielsen y resultó ser una mentira publicitaria de la editorial». Pero aun así, Belén Estaban, para bien o para mal, y como bien sabe el escritor, «vendió muchos libros». Es, entonces, cuando dispara la bala solitaria en la recámara dispuesto a dar sin miedo a represalias por parte del populacho: «Supongo que cada lector tiene el tipo de autor que se merece».

En el oficio del periodismo, la corrupción más acusada es la manipulación de la información. «En cierto modo, manipular es una forma de corromper». Pero como en el apartado del lector que tiene el tipo de autor que se merece, recuerda que «el más fácil de manipular es quien menos cultura crítica tiene. Eso quiere decir que, sin víctimas fáciles de la corrupción, no habría corruptores». Bordeando, otra vez, los contrarios y Némesis, el escritor llega a la siguiente conclusión: «Sin ovejas dispuestas a ser esquiladas o degolladas, no habría esquiladores ni lobos carniceros. Quienes se dejan manipular, son incluso más culpables que los manipuladores y los corruptos, pues les dan la mitad del trabajo hecho». ¿Tropieza más de dos veces, la persona, con la misma piedra? La primera vez puede ser por equivocación, la segunda por aceptación, pero la tercera podría ser ya por puro vicio, sobre todo en el periodismo y desde las facultades.

Existe una discusión sobre si la universidad es útil para el periodismo. Es obvio que hay carreras que necesitan de una base, como pasa con la medicina, pero en cuanto al periodismo, no todo el mundo se pone de acuerdo. Arturo Pérez-Reverte cree que «el periodismo es un dignísimo oficio al que la universidad no aporta nada directo. Se aprende ejerciéndolo junto a viejos y buenos maestros». Lo que sí hace falta, sigue explicando, «es que el periodista tenga una formación cultural adecuada. Pero para eso, y por desgracia en España resulta muy evidente, la universidad no garantiza nada».

Queda, al final, el poder de la imaginación. La realidad en la ficción como única remesa de posibles para subsistir en una sociedad que cuenta las verdades a la espalda y es hipócrita a su manera. Arturo Pérez-Reverte dice que no reza, por supuesto, pero se encomienda a la pujanza de la lengua ya que «el poder de la palabra no existe si no hay una imaginación poderosa que lo sustente».

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#9 ¿"Ha sabido desmontar con argumentos históricos"?... ¿"Distorsionada visión cainita"? (¡¡!!) Tóqueme la flor, corneta.

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#2 En cuanto a ti se nota que no has leido un libro y ni siquiera un artículo de Reverte en tu vida. Para hermenéútica chiripitifláutica la tuya, tío. Vete a deponer de vientre, anda.

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Al Reverte, supongo, se la pela el del artículo y los tarados sin comprensión lectora que jalean el absurdo artículo de un tío sin comprensión lectora que se las da de historiador solvente. Eso, suponiendo que Reverte supiera que uno y otros existan, que lo dudo. Yo por ejemplo no sé quién puñetas es el tal Aquilillué, ni falta que me hace.

pradejoniensis

#7 Presuponer que quienes criticamos a Reverte no poseemos 'comprensión lectora' es ser un auténtico cenizo. Nadie critica cómo escribe, sino la distorsionada visión cainita que defiende en todos sus artículos y que, en este caso, el tal Aquillue ha sabido desmontar con argumentos históricos. Si lo que quiere es contar fantasías, que escriba otro libro. Pero mientras prostituya la verdad histórica en pos del falseamiento intencionado, habrá que decirlo.

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#9 ¿"Ha sabido desmontar con argumentos históricos"?... ¿"Distorsionada visión cainita"? (¡¡!!) Tóqueme la flor, corneta.