Ayer mismo, mientras estábamos preparando los platos para la cena en el comedor, de repente, apareció una araña que corría rápidamente hacia el sofá.
No era muy grande, pero con sus ocho patas estaba agilmente corriendo por el suelo del comedor a toda prisa.
Mi hijo dice a toda voz: ¡Una araña! ¿qué hago?
Déjala, le dije, que se coma a las moscas y a los mosquitos.
Así fue, la dejó en paz, y hasta hoy no he visto más a la araña.
¡Buen provecho, amiga!
Nota:
Vivimos en un cuarto piso en Barcelona, no en el campo.
#9 Es una historia preciosa, profunda y llena de enseñanzas. Me esperaba un final un poco más sorprendente. Pero bien.