Una ciudad fantasma de barro se rasga día a día en algún lugar del centro de Irán. A 85 kilómetros de Yazd se asoma a las montañas la siempre calurosa Kharanaq consciente de que sus desgastadas calles jamás volverán a estar vivas. Deambulante y ondulante quiebra puertas, ventanas y pasadizos desde un antiguo caravasar hasta un minarete impoluto a pesar de los siglos y el abandono.