Hace 8 años | Por dulaman
Publicado hace 8 años por dulaman

La siguiente entradilla se ha encontrado hoy en una de las noticias enviadas a menéame:

"La Sexta Noche, que ejemplifica, por desgracia, lo que en España se conoce como “debate político”. En realidad, de debate el programa tiene muy poco. Lo que hay es, con abusiva frecuencia, un intercambio de insultos, interrupciones, gritos y, sobre todo, muy mala educación, promovida, en general, por los tertulianos de derechas (cuyos homólogos en el panorama europeo serían más bien próximos a la ultraderecha), y que, en general, ni siquiera dejan hablar a los tertulianos de izquierdas."

La primera frase ni siquiera se puede calificar como tal, ya que aunque contiene dos verbos, ninguno de ellos es el principal, por lo que la oración carece de propósito por culpa de un "que" de más. Y el resto de la entradilla contiene tal sobreabundancia de comas que hace su lectura extremadamente complicada.

En general debemos tener en cuenta la máxima simplificadora: si es posible entender la frase sin comas, estas son innecesarias.

Las comas no son obligatorias para implicar que hemos hecho una pausa al hablar. Quienes se quedaron con la primera regla básica del parvulario todavía las usan como modo de significar que se debe hacer un pequeño descansito en el discurso, para tomar aire tal vez. Sin embargo, ese no es su uso en el lenguaje escrito, que no responde a las mismas reglas del hablado.

Después de una relación de palabras separadas por comas y terminada con una conjunción copulativa "y" no se debe escribir nunca coma. En castellano esto es norma obligatoria, si bien en otras lenguas es ya tradicional el debate sobre su opcionalidad (en inglés se conoce como "la coma de Oxford").

Las comas en con abusiva frecuencia se hacen necesarias para separar esta aclaración del resto de la frase, pero el resto es completamente superfluo, o lo que es peor, hace difícil o imposible la simple comprensión del mensaje. Al final nos tenemos que quedar con lo que quiso decir el autor en lugar de lo que de verdad había ahí escrito. Obsérvese que debido a esta cascada de comas, hasta resulta difícil darse cuenta del otro error: el añadido de "y" antes de "que en general" no tiene sentido porque ese "que" se refiere a "tertulianos de derechas", así que el "y" ya no pinta nada.

En directa relación con lo anterior, habría que detenerse también en la necesidad del paréntesis, demasiado largo y que hace difícil entender la frase, porque al final se vuelve directamente sobre lo que se había escrito antes de comenzarlo con una oración de relativo. Es más, el mismo paréntesis contiene otra frase de relativo, con lo que tenemos dos referencias, cuyo y que, al mismo sujeto "los tertulianos de derechas". Para evitar esta duplicidad, nada mejor que suprimir el paréntesis completo.

Así pues, este es el resultado final tras la limpieza de la entradilla:

La Sexta Noche ejemplifica por desgracia lo que en España se conoce como “debate político”. En realidad, de debate el programa tiene muy poco. Lo que hay es, con abusiva frecuencia, un intercambio de insultos, interrupciones, gritos y sobre todo muy mala educación, promovida en general por los tertulianos de derechas, cuyos homólogos en el panorama europeo serían más bien próximos a la ultraderecha y que en general ni siquiera dejan hablar a los tertulianos de izquierdas.

Como conclusión, hay que insistir en que el medio escrito no es lo mismo que el discursivo. Escribir no es reflejar sobre el papel (o en la pantalla del ordenador) exactamente lo que se ha dicho, con sus mismas pausas y hasta el mismo olor del aliento del hablante. Escribir es algo más pausado, dirigido a un público distinto, uno que tiene necesidad de entender cada frase, cada palabra, con mucha mayor atención que el mero oyente. El oyente y el espectador han sido ya beneficiados por la inmediatez del lenguaje no verbal, y sólo necesitan entender el sentido de lo que se ha expuesto, sin pararse a comprobar si estaba bien dicho o no. Para el lector, sin embargo, una frase mal construida es una carrera de obstáculos, en la que cada valla es otro impedimento para poder hacer realidad el fin último del lenguaje: la comunicación clara.