Es una creencia muy extendida: una sesión de sexo vehemente exime al afortunado de asistir al gimnasio ese mismo día. Pensamos que el acto sexual supone el ejercicio suficiente como para quemar las calorías equivalentes a una clase de spinning (o, al menos, media). Al fin y al cabo, no paramos de sudar y, en muchos de los casos, acabamos agotados.
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