Hasta hoy, ser banquero y pedir perdón a los clientes eran condiciones incompatibles, como el agua y el aceite. Es casi imposible encontrar arrepentimiento en las reflexiones de altos ejecutivos, más allá de la intervención de un director de oficina de Bankia ante los accionistas para entonar el mea culpa; o la del consejero delegado del Barclays, que decía, antes de que le estallase el escándalo de la manipulación del líbor, que los bancos tenían que ser “buenos ciudadanos”.
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