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La Guardia de Finanza le echó el guante y, solo unas semanas después, durante el vuelo de regreso de su viaje a Río de Janeiro, el papa Francisco rompió la tradicional omertá de la Iglesia hacia sus príncipes descarriados: “No ha ido a la cárcel porque se pareciera a la beata Imelda. No era un santo”. Jorge Mario Bergoglio dio en el clavo. A monseñor 500, que se encontraba en arresto domiciliario en su casa de Salerno por problemas de salud, lo han vuelto a detener.