En esta ocasión ni siquiera hizo falta que el Guadalquivir creciera. Bastó con que un afluente, el Guadajoz, se desbordara al desembocar el río, frente al aeropuerto, para volver a anegar toda la parcelación de Guadalvalle y parte de La Altea, inundando unas casas que aún no se habían terminado de limpiar después de la crecida de hace tan solo doce días.
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