El primer ministro italiano espera convertir la violenta agresión por parte de un enfermo mental el pasado domingo en Milán en una oportunidad política que le permita renovar el idilio con su electorado y, de paso, allanar el camino para aprobar un escudo judicial que lo proteja de los juicios pendientes. Y lo está logrando, por ahora: mientras su popularidad recupera puntos en las encuestas, un sector de la oposición da signos de querer ayudarlo a eludir la Justicia
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