Entre la infinidad de anécdotas durante los días apenas posteriores a la caída del Muro de Berlín, se encuentra la del magnífico e improvisado concierto que dio junto al Muro ya en ruinas el músico ruso Mstislav Rostropóvich, considerado el máximo violonchelista por entonces. Mientras los ruidos de martillos y golpes derribaban el Muro, el maestro y exiliado ruso, se sentó al mediodía del 11 de noviembre de 1989 y sin aviso, para dar según algunos testigos, el que fue el concierto más feliz y sentido de su vida:
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