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La cortesía de mi jefe era su carta de presentación. Cuando lucía sonrisa, esta le llenaba aquel rostro de póquer. Siempre iba de farol o, peor aún: hacía trampas. Su secreto – me confesó alguna vez – estaba en que no tenía amigos. No hacía falta que lo jurase. A cambio, guardaba celosamente los próximos treinta días de vida en su dietario Deusto. Nada escapaba de aquellas hojas manuscritas con una precisión que rayaba lo artístico, propia de un monje copista. Pero no era un monje.
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etiquetas: educación en valores , cortesia , villania , hipocresia , ética , moral