Los enfrentamientos, que habían durado varias horas, comenzaron a volverse indiscriminados y la policía empezó a actuar con especial violencia, incluso lanzando gases lacrimógenos dentro de casas llenas de niños. La policía se dividió en grupos, y yo seguí a uno de ellos. Mi enfado iba creciendo poco a poco al ver la forma en que actuaban. Escuché a un niño gritar "¡papá, papá!". Me asomé, y allí estaba el chaval en la puerta de su casa, con esa expresión de miedo y pidiendo a los policías que no entrasen.
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