Las pruebas de que las divinidades escogían aquellos templos como su morada eran claras y podía verlas cualquiera que por allí pasara. Las puertas se abrían solas y cuando entrabas se escuchaba música celestial. Una vez dentro, en uno de los altares, podías ver una esfera luminosa levitando como por arte de magia, en otro altar podías contemplar con tus propios ojos como los dioses danzaban a su alrededor y en otro podías realizar libaciones con ellos en persona como compañeros. Lo que desconocían la mayoría de la gente de aquella época es que
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