Galaicos o gallaeci es la denominación “administrativa” que reciben en conjunto las gentes de Gallaecia, un nombre genérico derivado del particular de un pueblo al sur de su territorio: los callaeci, tribu sometida por D. J. Bruttus en 138 a.C. sobre el Duero, junto al actual Oporto, de la que curiosamente surgiría también el propio nombre de Portugal (‘Portocale’ es unión de ‘porto’ con el nombre de la ciudad epónima de este pueblo de los callaeci: ‘Cale’ o ‘Calem’)
De tal que por “galaicos” aludimos a un mosaico de pueblos que si bien comparten la misma cultura “castreña” manifiestan un origen étnico diverso: autóctonos del Bronce Atlántico e indoeuropeos “occidentales” en su mayoría, junto a algunos grupos de etnias asturcántabras, célticas y meridionales. Así se interpreta que antes de las guerras cántabras los pobladores de la franja cantábrica de Gallaecia (también de las actuales Asturias, Cantabria y Vizcaya) serían gentes de etnia astur-cántabra; mientras que sus territorios al sur y al occidente estarían poblados en exclusiva por antiguas etnias de cultura indoeuropea “occidental” procedentes del Bronce Atlántico, gentes que resultarían débilmente orientalizadas durante el Hierro Inicial a través de rutas interiores y marítimas por influjos tartésicos (orfebrería, armas, adornos...), y un tanto celtizadas (mejor celtiberizadas) ya en el Hierro I a través de la cuenca interior del Duero portugués por otros influjos “mesetarios” que les transmitieron el uso generalizado del hierro, algún tipo de fíbulas y armas, defensas antecastro... y otros elementos presentes luego en su cultura material.
Unos y otros forman el conjunto heterogéneo de pueblos galaicos que la administración romana repartió en dos conventos jurídicos: el Bracarum al sur y el Lucensis al norte. En el Conventus Bracarum quedarían incluidos los bracari, callaeci, turodi, bibali, nemetati, tamagani, avobrigenses, limici, grovii, querquerni, coelerni, elaeni, auregensis… y en el Lucensis los lemavi, seurri, cileni, capori, arroni, artabri, tamarici, praesamarchi, neri, baedi… Pueblos todos y territorios que con la posterior supresión de los conventos jurídicos por la reforma de Diocleciano serían integrados en la nueva provincia romana de Gallaecia, recibiendo así el nombre de gallaeci.
Sobre su religión y cultura los clásicos mencionan una serie de costumbres que les resultaron arcaicas y extrañas, como la práctica de calentar piedras para hervir el agua, el uso de manteca en lugar de aceite, su pobre vestimenta, la ausencia en sus casas de lechos para dormir, el abigeato generalizado (hurto de ganados), la feroz defensa que hacían de sus libertades (ya que anteponían éstas a su propia vida, optando mejor por el suicidio que por el cautiverio), la entrega a las mujeres de la propiedad (y labores) de la tierra... ¡y su llamativa carencia de dioses!
Esto último supone ser un gran error ya que se trataba en realidad de carencia de iconografía y representación de los mismos, por demás que de otro lado también se alude a la práctica entre ellos de cultos lunares, como los celtíberos, y al carácter tabú del nombre de sus dioses. Se les señalan además sacrificios humanos (como entre cántabros, vettones y lusitanos) y equinos (como los cántabros) a una deidad de la guerra asimilada a Marte, probablemente Cosus, junto a una serie de cultos a númenes naturales como fuentes, ríos, montes… Cultos que hoy en día verificamos merced a una profusión de advocaciones epigráficas que aquellas gentes nos dejaron. Añadir también que Silio Itálico les atribuye la cualidad adivinatoria mediante el vuelo de las aves, el estudio de las vísceras y el fulgor de los relámpagos.
Y constatamos que los galaicos debieron contar asimismo con un rito de iniciación guerrera para jóvenes (también extendido entre lusitanos y vettones), una suerte de bautismo a la mayoría de edad guerrera con el que se relacionan las “pedras fermosas”: especie de saunas semi-subterráneas con aparato arquitectónico y relieves escultóricos presentes en algunos castros y citanias para tiempo ya romano (Coaña, Briteiros, Sanfins...). Son prácticas que parecen conciliar un ritual de tipo celtibérico con el arraigado fenómeno occidental de las fratrías guerreras, cultos que estarían tutelados por deidades patronas de bandas y fratrías como Bandue o Cosus, y evidencian que estas sociedades castreñas occidentales tenían resuelta y encauzada la natural fogosidad de sus jóvenes sacralizando un período de aprendizaje guerrero, regulándolo y dirigiéndolo hacia el exterior, donde aprenderían lances de ataque y emboscada aplicándolos a otros castros. Con tales prácticas está relacionado el fenómeno del “bandidaje” (así descrito desde una óptica romana que cuando remite a enfrentamientos más serios aludirá a “guerrillas”). Estas prácticas del abigeato, antaño presentes tanto en el mundo arcaico mediterráneo como en el atlántico, pondrían en seria contradicción a estos pueblos todavía practicantes de las mismas con el mundo romano evolucionado, enfrentando así a un modo de vida “tradicional y sacralizado” con un sistema estatal que se presentaba como firme defensor de la propiedad.
Al igual que lusitanos y vettones, los galaicos cuentan en su territorio con numerosos santuarios rupestres, y entre éstos podemos citar Panóias en Vale de Nogueira, Pías dos Mouros en Valpaços, Pena Escrita en Montalegre, Penedo dos Sinais en Guimarâes, Penedo das Ninfas en Paços de Ferreira, San Trocato en Cenlle, San Vincenzo en Avión, Pedrón en Celanova, Castro de San Tomé en O Pereiro de Aguiar, Castro de Santa Mariña en Maside, Cruz da Pedra y Laxe das Rodas en Muros, Pena Furada en Coirós, Pedra Fita en Pedrafita do Cebreiro, As Canles en Caneda, Campo Lameiro en Pontevedra…
Asimismo conocemos una buena nómina de deidades propias, romanas o sincréticas que recibieron culto por parte de estos pueblos, como sería el caso de Cosus, Bandue, Reue, Lugus, Nabia, Abne, Albocelus, Demorana, Lariberus, Oenaecus, Rea, Asurnia, Caepol, Frouida, Ocaere, Proinetia, Tameobrigus, Anufeson, Regoni, Verore, Edovius, Poemana… además de Ninfas, Matres, Genios, Lares, Júpiter, Marte, Diana, Apolo, Venus, Mitra… En ambos casos la lista ahora se antoja interminable.
Y pues el discurso del abate tiene siempre su remate, ya con este articulito dejo yo de dar la chapa.