Es muy gracioso, porque vivimos en la época de denostar al culto, al inteligente o al intelectual.
Cualquier persona con dos dedos de frente se detendría a escuchar con atención cuando habla gente con un bagaje cultural amplio. En este caso, hablamos de una persona que ha tenido las agallas de cubrir guerras sobre el terreno de combate, ha publicado innumerables éxitos de nuestra historia literaria y además ostenta un asiento en la academia que recoge las bases de nuestro idioma.
Sin embargo, ha dicho algo con lo que no estamos de acuerdo y por tanto hay que ir a despedazarle para sentirnos bien porque estamos haciendo migas a alguien “importante”. Y eso, al mediocre, le mola mucho.
Tan solo me quedo con que somos una sociedad tan idiotizada que ni siquiera entendemos ya el pensamiento figurado. Cuando habla de “es un pistolero, un asesino…” se han vertido ríos de tinta porque “ha llamado asesino al Presidente”. Y es una pena, porque es la demostración empírica de que ya no entendemos ni las fórmulas expresivas más básicas. Nadie entendió el registro en el que estaba hablando. Nadie entendió que estaba definiendo un arquetipo novelesco para retratarle como personaje fascinante que le resulta dentro del contexto en el que lo dijo.
Qué pena de sociedad.
Ahora confundimos radical con arcaico.