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#44 PARTE 5

Fue el día más triste de mi vida hasta la fecha. Desde la muerte de mi abuelo, cuando tenía 14 años, no había vuelto a llorar. Lloré y lloré, me sentí fatal por el engaño, por haber jugado con los sentimientos de una persona tan buena, inocente y pura como P, que había confiado en mí. Fue horrible, y no terminé de curarme de estas heridas hasta un año después. No pretendo justificarme en base a mi sufrimiento, sino contarlo tal y como fue. Sufrí mucho, esta es la verdad, y he tardado mucho tiempo en poder perdonarme a mí mismo. Es duro aprender a base de hacer daño a alguien querido. Ser consciente de que es algo que no haré de nuevo ayuda, pero no es un consuelo completo. Incluso hice el Camino de Santiago con el principal objetivo para pedir perdón y rezar por ella y por mí (aunque a la gente le dije que fue por agradecimiento de haber aprobado la oposición). Después de dejarlo con P volví a intentar hablar con I. Seguí con mis súplicas. Le dije que creía que había estado enamorado de ella siempre. Incluso le conté que era sumiso y que creía que era por eso por lo que la amaba. Supongo que todo eso la espantó más, y sospecho también que quizás, aunque tenga una naturaleza aparentemente dominante, no lo sea en absoluto, o no tenga ni idea de lo que realmente es eso.

Más adelante ya sólo quise tomar un café con ella y hablar. Y era muy duro encontrarla cada día en los pasillos del instituto, verla en la cafetería, observarla de lejos, riéndose y siendo el centro de atención y yo abandonado por ella. Pero no hubo manera, fueron pasando los meses y los meses y no conseguí nada de ella. A lo sumo hubo un tiempo en que volvimos a hablar por whatsapp, y me confesó que para ella la relación que habíamos tenido había sido de pareja pero sin sexo. No me pareció una mala definición.

Después, pasados dos meses, también intenté quedar con P para salvar la amistad (cosa que finalmente fue imposible por mi culpa exclusivamente... eso es otra historia, menos interesante ya). Pues bien, el caso es que fuimos a misa juntos. Yo estaba en proceso de conversión (es cuando leí el libro de Lewis, de las cartas del diablo a su sobrino, cuando empecé a ir a misa, etc.). Y bien, en el momento del Padrenuestro, ella me cogió la mano. Y cuando la oración dijo "como nosotros perdonamos a los que nos ofenden", ella me apretó con fuerza. Fue el perdón más hermoso que he recibido nunca, y lloré, lloré abundantemente, con una mezcla de sentimientos que no sería capaz de describir (al menos, alegría y gratitud, admiración por ella, dolor por el daño causado, vergüenza... todo junto). Terminó la misa y seguía llorando, al menos estuve media hora llorando. Qué momento. Sin duda también lo percibí como algo espiritual, como una gracia. No sé si fue un momento místico, pero fue impresionante. Por eso en parte decía que la fe me llegó por mi necesidad de ser salvado y perdonado. Gracias a Dios pude experimentar en mi carne que uno de los nombres de Cristo es Salvador. El juez más implacable y difícil de convencer es uno mismo, por eso necesitamos del perdón divino.

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#44 PARTE 4

Reconozco que la situación, aunque me estresaba, agobiaba y me hacía sentir mal en muchas ocasiones, también me hacía sentir muy vivo, y eso sí era hermoso. (Ahora pienso en el libro de Wilde, el retrato de Dorian Gray, cuando habla de sus teorías acerca de la intensidad de vivir... y veo que estuve muy muy cerca del abismo...). También le hice ver eso a I, quien se convirtió (otro error) en mi principal confidente, ya que no podía compartir todo esto con P. Fantaseaba continuamente con la idea de estar con ellas dos a la vez en una relación abierta, sin importarme que a su vez ellas tuvieran otras parejas, todo muy en plan hippie bucólico pasado de rosca.

Ya sé que me comporté como un idiota, o más bien como un capullo, pero en fin, así fue. No estoy orgulloso de ello, pero al menos he aprendido la lección. La sinceridad es la mejor opción siempre; aunque parezca que se puede ocultar algo temporalmente por el bien de la pareja, lo cierto es que no, y que aunque sólo sea por amor y por respeto no debe callarse nada. Esto de verdad que lo tengo grabado a fuego. He llorado mucho por el mal causado... En fin, también mencionaré algo de esto al final.

En la relación con I no hubo nunca nada físico, aunque recuerdo, eso sí, un momento que para mí tuvo una fuerte carga erótica, poco antes de que llegara el final que describo en el siguiente párrafo. Habíamos salido una mañana para hacer unas compras juntos (yo solía acompañarla cuando podía), y fuimos a una tienda de bikinis. Ella se metió en el probador con el que quería probarse, pero le estaba pequeño y me dijo que si podía ir arriba a por el siguiente número. Yo fui a por él y se lo di, y cuando se lo probó, abrió la cortina y me pidió que le dijera si le estaba bien o no. Fue para mí muy erótico verla en bikini en esa situación, ajena a una piscina y a cualquier tentativa de baño, y tener además que observarla para ver si se ajustaba bien a su cuerpo o no. Además de que estaba muy guapa, estaba algo húmeda por el calor que hacía, y eso la hacía para mí más atractiva.

En fin, quitando la anécdota anterior, las cosas, al menos en su apariencia exterior, fueron saliendo tal y como había planeado. Llegó mi cuarto examen, lo aprobé, al poco tiempo se examinó I, aprobó también, hicimos una fiesta conjunta de celebración y casi inmediatamente después dejamos de hablar. Yo no habría querido que fuera tan brusco, pero así sucedió. Le escribí un día (contestando a uno de sus múltiples correos) y le dije que creía que era mejor que no habláramos tanto, que teníamos una relación muy dependiente que era peligrosa, etc. Intenté suavizarlo todo lo que pude, diciendo que por supuesto no quería que dejáramos de ser amigos (y era verdad) sino que simplemente quería que fuéramos amigos más normales, porque a veces parecíamos más una pareja que otra cosa. Ella me dijo, secamente, que vale, y ya no volví a saber nada de ella hasta septiembre.

Durante el verano le escribí un par de veces para saber cómo estaba, pero no quiso responderme. A mí eso me entristeció mucho. Pero por otro lado permitió una época de felicidad en mi relación con P. Fue el mejor tiempo que pasamos juntos. Hicimos varios viajes y estuvimos muy bien, muy a gusto, queriéndonos cada vez más. Pero los sentimientos latentes que me habían estado dominando no estaban muertos, sino todo lo contrario. Estaban agazapados esperando la ocasión propicia para derribarme.

En septiembre estalló la tempestad. Los opositores recién aprobados tenemos que pasar un curso, y da la maldita casualidad de que el cuerpo en el que ingresó I y el mío hacían el curso a la vez y en el mismo edificio. Así que, lo quisiéramos o no, tendríamos que vernos. Por eso, una semana antes de empezar le volví a escribir y le dije que a ver si nos veíamos y tomábamos un café. Ella me dijo que no tenía ganas de verme ni nada que decirme, que no quería saber nada de mí. Yo insistí, supliqué, me arrastré, y no conseguí nada. Nunca entendí el por qué esa de ira contra mí…

Esto hizo que me obsesionara cada vez más con ella. Pensaba día y noche en ella, incluso cuando estaba con P. Dudaba si no me había equivocado y cometido el error de mi vida al salir con P en vez de con I, dudaba acerca de si en el fondo la había querido siempre a ella y había sido un idiota, y, por encima de todas las dudas, sentía un deseo cada vez más intenso, más irrefrenable, hacia ella. Recordaba la escena del probador, recordaba sus expresiones (sus mohínes de superioridad o de indiferencia me parecían tan sexys ahora), tuve muchas fantasías con ella. Esto no duró mucho, porque obviamente era insostenible, así que al poco tiempo, cuando me di cuenta de que no era capaz de controlarlo, y de que el verano que habíamos tenido de distancia no había servido para nada, decidí al fin hablar con P y lo dejamos.

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#44 PARTE 3

Así llegaron las Navidades. Con P no mantuve demasiado el contacto, más allá de un mail o dos, pero con I tuve una relación cada vez más intensa. Nos escribíamos todos los días, a menudo más de un mensaje largo. Yo estaba al tanto de todo lo que pasaba en su mundo y ella del mío. Compartimos muchísimas confidencias.

Después de las Navidades seguí manteniendo una relación parecida con I, mientras que con P, sorprendentemente, el nivel de cercanía y complicidad creció muchísimo. Así fueron progresando las cosas (y el nivel de tonteo) hasta empezamos a salir. Era mi primera novia, y yo también su primer novio. La inexperiencia tuvo sus cosas malas y buenas. Por un lado, ambos teníamos mucha ilusión de que todo fuera bien, pero por otro éramos torpes y nos equivocamos en muchas cosas. Yo desde luego soy consciente de muchos errores que cometí, y de los que no puedo estar más arrepentido. El principal de todos ellos fue la falta de sinceridad.

Fui sincero con ella en lo relativo a mi tendencia sumisa (luego hablaré más sobre ello), pero no respecto a lo que sentía por I. Si no lo hice no fue por cobardía, sino porque creía que era algo que se terminaría pasando, que con el tiempo se iría solucionando, y que no era necesario meter un elemento más de inestabilidad en la relación. Cuan equivocado estaba.

En las primeras semanas ya quedó patente que ella no me despertaba mucho deseo sexual (pero sobre todo por mi adicción, eso ya lo tengo claro ahora, que me hacía muy difícil todo). Yo no me conocía en ese aspecto lo suficiente como para antes de empezar con ella haber intuido qué es lo que podría pasar, pero así fue. Ella me parecía guapa, pero digamos que su belleza me despertaba ternura, me ponía de buen humor y me daban ganas de besarla, pero no despertaba nada más en mí. Ni siquiera mi lado sumiso una vez que lo saqué del armario. Ella no era dominante, y aunque dijo que estaba dispuesta a intentar introducir algún elemento de dominación para ver si la cosa podía funcionar, yo no fui partidario. Le dije que no quería porque prefería intentar que funcionara de forma normal, pero en el fondo creo que no quería porque ella no me despertaba ningún deseo de sumisión (que para mí iba muy ligado al deseo sexual), y no veía que esto fuera a cambiar por una actuación por parte de ella.

El problema de la falta de deseo quedó aparcado hasta el final de la relación. Fue nuestro elefante en la habitación, como se suele decir. Hablamos de la posibilidad de ir a un sexólogo y hacer terapia de pareja, pero también quedó aparcado. Quizás si hubiéramos seguido lo habríamos intentado, pero la verdad es que confío poco en el éxito de esas terapias.

Hago un inciso para decir que por entonces yo no había tenido aún la conversión. Y por eso me planteaba la posibilidad de tener relaciones antes del matrimonio. Aunque no llegamos a hacer nada.

En lo que respecta a I, la situación se fue volviendo más difícil e inestable. Le entró un ataque de celos. No porque ella me quisiera (esto nunca lo he sabido a ciencia cierta), sino porque me quería como amigo en exclusiva, y sabía que ya no podría prestarle la atención que le estaba prestando hasta ahora teniendo novia. Yo hice lo imposible por compatibilizar ambas cosas, y éste fue otro de mis errores.

Mi idea fue seguir con la situación igual o parecida hasta que I hiciera su último examen en junio. No quería que bajo ningún concepto se hundiera o se pillara otra depresión que podría costarle el aprobado. Así que seguí estando ahí a mi manera, mandándole mails, música cada mañana y continuando con mis detalles continuos. Esto, obviamente, a mi novia no le hacía mucha gracia, pero yo siempre le explicaba que era algo temporal y le decía que cuando ella hiciera su examen se acabaría todo.

Este periodo fue como caminar por una cuerda floja. Un centímetro a la izquierda y me llevaba una bronca o decepción por un lado, y un centímetro a la derecha y me las llevaba por el otro. Me supuso un estrés tremendo, hasta el punto de que casi olvidé que yo también estaba opositando (y de hecho tenía mi último examen poco antes del de I). De verdad que en esos momentos mi oposición era lo que menos me preocupaba: mucho más importante era para mí la estabilidad emocional de P y de I.

También en esos meses reflexioné mucho sobre mis sentimientos. Por P sentía un amor muy grande y tierno. Ella me llenaba todos los vacíos de cariño que pudiera haber en mi vida. Y nos reíamos, lo pasábamos bien, hacíamos cosas juntos que nos divertían. Pero en otros sentidos no era tan profundo y tan intenso como con I. I me daba justo eso: intensidad, peligro, aventura, reto, desafío intelectual, deseo. Ella era un volcán de emociones, tempestuoso, volátil, y eso la hacía mucho más excitante. Y, además, empecé a sentir cada vez más (aunque todavía en forma muy latente) un deseo sexual (con trazas de sumisión) hacia ella.

Eran dos mundos opuestos que me gustaban y me llenaban por igual. Jamás había vivido algo así. Pensaba continuamente si me estaba volviendo loco o si de verdad podía quererse a dos personas. Y un día de locura le dije a I lo que sentía, no con intención de que ella hiciera nada, ni tampoco era un ofrecimiento para nada. Mientras estuviera con P no iba a hacer nada con ella, al menos eso sí lo tenía claro. Era simplemente para que lo supiera, aunque ahora también veo evidente que fue un error. Ella me dijo que también había tenido dudas acerca de si sentía algo por mí o no, pero que finalmente creyó que no, que en realidad, si había sentido algo por alguien había sido por P (no era lesbiana, pero alguna vez se había sentido atraída por chicas). Y ahora nada, ninguno de los dos. En fin, esto lo cuento sólo para que se aprecie la complejidad del triángulo que se creó entre nosotros.

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#44 PARTE 2

Así transcurrió el primer año, que como ya digo fue de reposada toma de contacto. Jamás pensé en ella como una posible pareja por los aspectos de su carácter que veía incompatibles conmigo, ni tampoco llegué a sentir nada parecido al amor durante ese tiempo, pero creo que, soterradamente, y quizás casi en contra de mi voluntad (y por eso tardé mucho en reconocerlo), fue naciendo en mí un amor por ella que no dejaría de crecer en la sombra hasta que todo saltó por los aires.

Al final del primer año tuvo lugar una importante novedad: llegó P al colegio, una chica que, en muchos sentidos, era opuesta a I: muy simpática, cariñosa, buena, tierna, de carácter afable, rebosante de empatía, etc. No era tampoco especialmente guapa, pero a mí me parecía mona. Intelectualmente era más simple que I, sin tener, por otro lado, ni un pelo de tonta. Ambas opositaban a lo mismo y se hicieron al principio amigas. Poco a poco nos fuimos cerrando los tres, volviéndonos casi un grupo dentro del grupo, y los primeros meses de mi segundo año nos convertimos en inseparables.

Mis sentimientos no habían cambiado mucho respecto a I. La seguía considerando una amiga muy especial. En cambio, por P empecé a sentir que poco a poco me estaba enamorando de ella -o eso creía o quería creer-. Pero esta situación idílica no duró demasiado. En noviembre de ese año P e I se pelearon, porque P estaba harta de las salidas de tono y las borderías de I, y decidió que no tenía la obligación de aguantar algo así durante más tiempo. Además, P había suspendido su examen (I aprobó) y estaba más susceptible.

Esto me colocó a mí en una situación incómoda, siendo muy amigo de las dos. Intenté mediar en la relación, haciendo todo lo posible. Además, desde pequeño llevo muy mal las discusiones, por haber vivido las de mis padres muy de cerca, y las peleas, y lucho siempre por restaurar la armonía donde ésta se ha perdido.

I lo estaba pasando muy mal. Era la más afectada por la ruptura, ya que era P la que había decidido dejarla de lado. Así que yo me puse de parte de I, y empecé a sentir una gran compasión por ella, pues era de los pocos que conocían su sufrimiento interior bajo la fachada dura. No obstante, le decía que intentara entender también a P, y que debería tratar de suavizar su carácter en la medida de lo posible. En general, siempre que hablaba con cada una de ellas por separado intentaba hacer que entendieran a la otra parte (pues creo que en estas situaciones lo que más suele faltar es empatía).

Mis intentos no dieron mucho resultado, la verdad. Todo lo contrario: lo que conseguí fue llevarme palos y decepciones a uno y otro lado. Pero también hubo un efecto colateral, y es que al pasar tanto tiempo a solas con una y con otra fui incrementando el cariño que sentía por cada una de ellas. Ya se intuye el peligro, ¿verdad?

I se fue retrayendo y volviendo cada vez más huraña. Entre los miedos e inseguridades propios de la oposición, y la situación con P, empezó a sentirse cada vez más deprimida, y a esto se unía el hecho de que no mucha gente soportaba su mal humor ni sabía cómo tratarla. Y yo quise estar ahí para apoyarla dándole todo lo que podía en ese momento. Fue ahí donde empezó a nacer esta peculiar relación de “sumisión activa”. Vivía pendiente de ella todo el tiempo, atento a sus necesidades y a sus carencias, procurando hacerle la vida más feliz dentro de mis posibilidades. Si iba al centro a tener clase con un preparador, intentaba pasar antes o después por una tienda para traerle una chocolatina, que le encantaba; si me escribía un mensaje diciendo que estaba mal no tardaba ni dos minutos en ir a su cuarto a escucharla; los fines de semana hacía planes pensando siempre en ella y en sus apetencias; por las mañanas le solía dejar algo de música en su muro de facebook para que tuviera algo que escuchar mientras desayunaba (y luego le mandaba un mail explicando algo sobre la música -es una de mis pasiones-); si necesitaba ir a comprar a Ikea o cualquier otro sitio yo siempre me ofrecía y la llevaba en coche, así como si había que llevarla o recogerla de la estación (a pesar de que en metro es casi más rápido); y, en general, todo lo que hacía, incluso lo que en apariencia no era así, tenía el principal objetivo de hacerla feliz. Así, si por ejemplo organicé una cena para festejar que había aprobado mi primer examen, en realidad no lo hice por mí, sino pensando en que ella vendría y que a ella le gusta cenar fuera.

Mi lealtad y mi amor por ella eran incondicionales y absolutos, habría hecho cualquier cosa por ella con tal de arrancarle una sonrisa y hacerle olvidar su depresión. Ella por el contrario se comportaba de forma diferente (éramos como un perro y una gata): aceptaba mis cariños como la que realmente los merecía; se dejaba querer y adorar tan suave y dulcemente que a mí eso me hacía enloquecer.

Y sin embargo, todavía no pensaba en ella como una posible pareja. Además del problema del carácter, había otro inconveniente, y es que yo buscaba una relación seria, estable y duradera, y ella en cambio no estaba hecha para esto. Jamás había tenido novio ni quería tenerlo.

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#44 PARTE 1

Tengo que empezar reconociendo algo vergonzoso. Y es que siempre he tenido tendencia sexual hacia la sumisión respecto a las mujeres. Es algo de lo que me voy recuperando poco a poco, pero que está bastante arraigado dentro de mí, por motivos que desconozco. Me estoy intentando limpiar de todo ello. Se le ha unido el hecho de que durante muchos años (hasta hace dos que empecé a combatirlo) tuve una cierta adicción a páginas pornográficas de contenido sadomasoquista. Sé que es extraño hablar de estas cosas abiertamente, pero es necesario. Hasta que no llegó mi conversión plena no me di cuenta del pecado terrible que estaba cometiendo (hacia mí y hacia mi pareja, ya fuera actual o futura). Sin contar esto, la historia no se entendería del todo, ya que, como verás, sentirme algo dominado por una mujer me trastocó hasta los tuétanos y me hizo confundir los sentimientos.

Hace ya más de 5 años, teniendo yo unos 26 años, entré en una residencia de estudiantes de posgrado. Inicialmente fui con la idea de seguir el doctorado en matemáticas que ya había empezado, pero al cabo del tiempo me lo pensé mejor (después de acabar saturado de tanta abstracción) y me puse a opositar para una plaza de funcionario. Prácticamente a la vez que yo entró I, la protagonista de esta historia.

La nuestra fue una amistad que se fue cociendo a fuego muy, muy lento. Inicialmente no hubo atracción ni física ni de ningún otro tipo. De hecho, reconozco que no es una chica demasiado guapa, aunque, como es habitual cuando surge la atracción intelectual y emocional, uno termina viendo también más deseable el físico de la otra persona, hasta el punto de que ha llegado a parecerme una mujer muy bonita.

Durante el primer año compartimos círculo de amigos, y gracias a eso hicimos planes juntos (salidas, cenas, escapadas de fin de semana...), tuvimos algunas conversaciones más profundas de lo habitual, y poco a poco vimos que había cierta conexión. Siempre éramos nosotros los que nos encargábamos de buscar los regalos de cumpleaños de la gente del grupo (a los dos nos gusta regalar y que nos regalen), y eso también nos unió durante esos paseos de compras.

Ella es una persona muy inteligente. Si tuviera que resumir en un solo adjetivo lo que siento cuando estoy con ella es fascinación. Porque no sólo es que se trate de alguien inteligente, sino que además es muy independiente, rompe todos los moldes y siempre tiene ideas propias sobre las cosas. No es posible clasificarla.

Tengo que decir más sobre su carácter. Es una persona dominante en el sentido (pues hay muchos sentidos, algunos casi opuestos, de esta palabra) de que tiene tendencia al egoísmo, a buscar por encima de todo su propio placer, de que es caprichosa, de que se enfada con facilidad cuando alguien le tose lo más mínimo, de que tiene mala leche. Esto, sobre todo lo último relativo a su mal carácter, de por sí me repele en cualquier persona, y en ella no es una excepción. Sin embargo, siempre pensé que, debajo de su coraza dura había un noble corazoncito lleno de buenas intenciones. A veces pienso si me equivoqué en mi apreciación, después de todo lo que ha pasado, pero ya en el fondo da igual.

¿Y qué me hacía pensar eso? Pues sobre todo que ella era consciente de su tendencia a la irritación y lo sufría como si fuera la primera víctima. Y también su sinceridad. A veces decía “yo sé que no soy buena persona...” y eso me desarmaba, yo siempre la miraba con ternura y le decía que no, que era buena persona, que yo sabía que tenía un buen fondo...

Una cosa más respecto a su carácter: he hablado sólo de las cosas negativas, pero sin duda tenía cosas buenas, como ser en ocasiones detallista, su simpatía (es realmente divertida cuando está de buen humor), su dulzura y ternura (cuando quería, sobre todo cuando alguien hacía algo por ella), etc.