Me parece que hemos visto una película diferente, amigos. En la que yo vi, la gente que decidió mirar arriba tampoco se salvó. A lo mejor murieron con la conciencia más tranquila, o dedicaron su último aliento a señalar a los demás gritando "os lo dije", pero ese conocimieto previo no les sirvió de nada, en la práctica.
Me refieron con esto a que cada vez que digo que da igual creer en el cambio climático o no me llaman negacionista. Y es al recibir esas respuestas cuando me doy cuenta de que la gente ha entrado en pánico, en negación o yo qué sé qué fenómeno psicológico abyecto que les obnibila la razón.
Claro que no soy negacionista. Claro que creo en el cambio climático y en su origen antropogénico. Pero no le veo utilidad alguna a creer o no creer. Y menos aún a combatir el negacionismo. El problema no son los cuatro nabos silvestres que no creen, sino todos los que saben lo que pasa y no están dispuestos a hacer nada a nivel global, o han llegado ya a al conclusión de que no hay nada que realmente se pueda hacer, porque no existen mecanismos para implementar decisiones a nivel global.
Toda Europa, en conjunto, puede volver mañana la Edad Media, sin un sólo coche ni una sola industria, y con nuestros 400 millones de habitantes no evitaríamos nada. El año que viene sería más cálido, y el siguiente más, y en unas décadas nos achicharraríamos igual que el resto. Aparte de reírse de nosotros a mandíbula batiente, ¿qué harían en India, China, EEUU, Rusia, Brasil, Nigeria, Indonesia, etc? ¿Volver también a la Edad Media o tirar para adelante?
Seguro que no faltarían lumbreras que afirmasen que, por justicia, ellos tenían derecho al desarrollo que nosotros disfrutamos, y que ahora era su turno de contaminar lo que los demás habíamos contaminado antes. Precioso todo. Y patada adelante, hacia el desastre.
Y si no podemos hacer nada 400 millones de lo más ricos del planeta, aunque nos coordinásemos, ¿de qué pueden servir los gestos locales o personales, más allá del acto religioso de la contrición y la penitencia?
Estamos ante un evento como las grandes sequías que acabaron con algunas grandes civilizaciones. Se cansaron de rezar, de ofrecer sacrificios a sus dioses, y construir templos. Para nada, por supuesto.
Por diversos motivos, no hay nadie a los mandos del avión. No se puede enderezar el rumbo. Nos la pegaremos o no, según dicte la casualidad, o la causalidad de factores que no controlamos, pero pensar que tenemos el control de lo que ocurra es una muestra de infantilismo voluntarista que puede ayudar a calmar la ansiedad, pero no a paliar el problema.
Si el clima empeora lo suficiente, sólo pequeñas zonas del planeta serán habitables. La población tratará de trasladarse a ellas con todas sus energías, y el que lo consiga, por la fuerza, sobrevivirá. Y el que no lo consiga, perecerá. Cuando mueran de calor los primeros cien millones, los siguientes quinientos millones empezarán a moverse, y dependiendo de cómo les vaya a esos, lo intentarán mil millones más.
Esos desplazamientos, como es lógico, provocarán graves crisis y enfrentamientos. De cómo se gestionen esos eventos dependerá que la Humanidad quede reducida a tres mil millones o a quinientos. De eso sí vale la pena hablar, pero no veo a nadie muy por la labor, quizás porque habría que enfrentarse a realidades que sí se pueden manejar en vez de chamanismo políticos de última generación, que es lo que estamos haciendo.