No es el señor Salvador Illa uno de los ministros que peor me caigan. Tampoco es de los que mejor, o más bien, tampoco era de los que mejor.
Aparenta ser una persona tranquila, reflexiva y poco dada a actuar sin pensar. Eso es algo admirable por regla general. Sin embargo tiene un inconveniente, que algunas personas así en realidad lo que ocurre es que no se alteran porque les chorrea lo que les echen, es muy difícil conseguir que cambien de idea. Eso es lo que sospecho que le ocurre al señor Illa. No se trata de algo ni bueno ni malo, ni en política ni en cualquier otra profesión. Se trata de una característica y ya está.
Pero esto es algo que afecta a la percepción que se tiene de ese tipo de personas, dan la impresión de seguridad y de control. Además, la convicción con la que transmiten el mensaje influye en quienes lo recibien de manera que aparenta sinceridad. Al fin y al cabo cuando mentimos solemos ponernos nerviosos y esa ausencia de nervios es la que puede dar la sensación de sinceridad.
Hace poco el señor Illa confirmó, por fin, que será el candidato del PSC en las próximas elecciones catalanas. También se ha dicho que el tema llevaba preparándose desde hace unos meses. Sin embargo, solo 24 horas antes del anuncio, el señor Illa mentía descaradamente en unas manifestaciones en las que dejaba claro que él no iba a ser el candidato.
Yo ya le he puesto la cruz. Para mi este señor es y seguirá siendo un mentiroso. Si fuera catalán y me preguntaran en una encuesta, lo pondría el último y, por principios, no lo votaría. Por principios no lo votaré haga lo que haga. Malo es que un político mienta, pero peor es que el hecho de que un político mienta esté tan interiorizado que en lugar de restar poco a su carrera política, la mentira le pueda suponer un aumento en sus expectativas electorales.
Sí, lo sé, soy un iluso e incluso algo peor porque todos los políticos mienten. Todos han mentido y aún así les votamos, yo incluído. Pero hay ocasiones en las que nos lo ponen en bandeja. Esta no quería desaprovecharla.