En 1995 comienzan a comercializarse los dispositivos móviles en España. Los precios elevados de las tarifas y dispositivos, así como una concepción social inicialmente negativa de los mismos, provocaron que los primeros años de esta nueva modalidad comunicativa fueran muy renqueantes.
5 años después, el número de líneas móviles igualaban a las líneas fijas. Actualmente hay 51 millones de líneas móviles y si, en 2003, el 41% de los adolescentes entre 10 y 14 años tenían móviles, hoy esa cifra está en el 70% y alcanza más del 90% en los mayores de 14 años.
En un primer momento, pocos fueron capaces de prever de qué modo cambiaría el móvil nuestra forma de comunicarnos, pero nadie, absolutamente nadie, fue capaz de adivinar la forma tan profunda en la que cambiaría nuestra forma de vivir.
Lo que hace unos años se definió como "la segunda pantalla" hoy es ya, por horas de uso, la primera pantalla sin discusión, desplazando incluso a la televisión. Miles de estudios han relacionado ya la ansiedad y la falta de sueño con el uso del móvil. Existe una relación directa y demostrada entre la probabilidad de sufrir depresión y el incremento del uso del smartphone.
A través del marketing, el smartphone se ha convertido, además, en una cuestión de estatus social y económico, como lo son un Ferrari o un bolso Gucci, trascendiendo a su mera funcionalidad, para convertirse en un objeto de deseo irracional.
Pero hay algo que pocos hemos advertido. Una especie de dictadura conductual que hemos dado por aceptable y que se extiende en nuestras vidas como un virus que ha llegado para quedarse: la necesidad de estar constantemente comunicados. El fascismo del móvil con voz. El tener que contestar SIEMPRE a una llamada. El estar SIEMPRE activo. La imposibilidad del silencio, del aislamiento. El derecho a romper, sin permiso alguno, la INTIMIDAD y el DESCANSO de nuestros seres queridos. El tener que EXPLICAR forzosamente la razón por la que no se responde a una llamada, no se responde un mensaje, no se da un like o no se participa en un whatsapp. La sensación de no existir cuando no se suben cosas a una red social se extiende como la pólvora entre las nuevas generaciones. La privacidad, hoy más que nunca, ha tornado de espacio vital intransferible a quebradizo y, cada vez más escaso, bien en venta.
La vehiculización dictatorial de nuestro tiempo libre y nuestro conocimiento a través del smartphone tiene unas consecuencias mucho más profundas de lo que imaginamos, íntimamente relacionadas con la falta de libertad y desarrollo personal. Imaginaos esas consecuencias sobre menores de edad, con una personalidad en formación, sin control y sin herramientas que le permitan relativizar lo que ven o procesarlo de una forma crítica.
La transformación de la forma en que las nuevas generaciones dan sus primeros pasos en el sexo es un ejemplo perfecto: millones de adolescentes en todo el mundo están comenzando a conocerlo a través del móvil, o lo que es lo mismo, a través del porno sin ningún tipo de limitación cuantitativa o cualitativa (un fenómeno que ya podemos ver en series juveniles como Sex Education, Élite, Por trece razones y sobre todo, Euphoria): físicos superdotados, uso de drogas, coitos de larga duración, dinámicas misóginas...un acercamiento al sexo que distorsiona la visión de una realidad de por sí compleja en edades tempranas. Pero esto es solo un ejemplo.
En un plano más general, el móvil ha pasado de elemento de uso práctico y eventual a herramienta esencial para la intimidad, nuestra expresión personal, la búsqueda y mantenimiento del amor y el desarrollo, selección y exposición del ocio las 24 horas de nuestras vidas y lo que es peor, nos ha hecho perder un filtro esencial para una convivencia sana: el entender que NO SIEMPRE TENEMOS COSAS IMPORTANTES QUE DECIR y que somos personas libres QUE PODEMOS USAR NUESTRO TIEMPO COMO NOS DÉ LA GANA. Nunca el silencio ha sido más vilipendiado. Nunca se ha respetado menos la libertad ajena para usar el tiempo libre como se crea conveniente. Otra vez, lo que se vendió como una herramienta que nos iba a dar más libertad, ha acabado convirtiéndose en un instrumento alienante y esclavizador.
Pero, sin duda, lo más grave de este dislate, no es el dislate en sí mismo, sino la absoluta FACILIDAD con la que hemos interiorizado y normalizado esta barbaridad. Y si a muchas personas de nuestra edad o mayores ya les resulta un poco complejo reconocer esto, imaginaros a alguien que ha vivido siempre con móvil.
Hace 18 años, el 97% de los españoles NO TENÍAMOS estos dispositivos. La sociedad seguía funcionando. La gente seguía quedando, seguía amando, seguía trabajando, seguía siendo feliz, no grababa o fotografiaba cada momento de sus vidas. Y además, uno tiene la sensación, de que antes no teníamos tanta ansiedad, no teníamos que lidiar con esa constante sensación de estar perdiéndonos algo o de tener que recoger momentos a los que, luego, raramente volvíamos.
Hoy, el 91% de los adolescentes menores de 16 años a los que sus padres se niegan a comprarles un móvil, reconocen sentirse marginados en clase y en su grupo de amigos. Se produce una brecha relacional frente a los que los padres, poco pueden hacer. El uso del móvil, sobre el papel, no es obligatorio, pero a nivel social, es imposible no tenerlo.
Es imposible negar que el smartphone ha mejorado muchos aspectos funcionales de nuestras vidas, pero no así su uso completamente desmemido e irracional. Por eso huelga preguntarse: ¿realmente son mucho mejores nuestras vidas ahora que tenemos móvil que cuando no lo teníamos? ¿qué consecuencias tiene ya y tendrá sobre la forma de ver el mundo de aquellas generaciones que nacieron ya con él? ¿por qué no se desarrollan leyes y/o marcos legales que impidan el uso del móvil en menores de edad?
Imaginemos la primera droga de la humanidad que podrá ser consumida por niños y adolescentes, ancianos y enfermos. Imaginemos una droga de la que dependeremos las 24 horas del día, con su síndrome de abstinencia, con sus consecuencias para la salud mental. Con una adicción tal, que nos será imposible concebir el mundo sin ella. Una droga que necesitaremos para amar, para relacionarnos, para encontrar una pretendida felicidad que cómo viene se va. Una droga que siempre nos pide más, como ocurre con cualquier otra. Pero además, imaginemos que esa droga es, probablemente, una de las más peligrosas, porque será la primera droga aceptada socialmente en todos los países del mundo. Bien, pues dejemos de imaginar. Esa droga ya está aquí.