Pedro Sánchez se ha puesto estupendo y ha decidido regar el solar patrio con una lluvia de millones que tiene como objetivo fundamental limar asperezas con esa parte del paisanaje que antes lo tenía en buena estima y, ahora, en cambio, lo mira con recelo. Pedro Sánchez parece dispuesto a dejarse un potosí en el intento de recuperar el cariño -y donde digo cariño digo voto- de sus conciudadanos. La situación de partida se presenta chunga habida cuenta de que el presidente cotiza, ahorita mismo, a la baja. Eso dicen las encuestas, aunque el C.I.S., que se dedica en los últimos tiempos a enmendar a todo Cristo, diga justo lo contrario, o sea, que Pedro Sánchez cuenta con el favor incondicional de buena parte del país y que llegará sobrado a las próximas elecciones. José Félix Tezanos, en calidad de director del observatorio, se lo curra para hacer méritos ante el jefe supremo siguiendo a rajatabla aquella vieja fórmula acuñada por Bertrand du Guesclin: ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor. Lo mismo acierta sus pronósticos, quien sabe, aunque sea de chiripa. Por si acaso, nuestro presidente, que no se fía ni de su sombra -menos aún de un C.I.S. que se obliga a rendirle homenaje contra los vientos y las mareas de la opinión pública- ha pensado poner todos los recursos del Estado a su servicio a fin de que la próxima cita de los españoles con las urnas se resuelva a su favor. Un sujeto como él, tan pagado de sí mismo que se concibe en su fuero interno sin verbo ni predicado, no contempla la posibilidad de que una mayoría ciudadana pueda darle boleto a las primeras o a las segundas de cambio. Él, tan guapo-guapo, tan telegénico, tantán de todo, no valora otra opción salvo salir a hombros por la puerta grande de las Generales con una victoria holgada y dos orejas de regalo, como los toreros en las tardes de gloria.
El porrillo de asesores que hormiguean en los aledaños de la Moncloa, y en la Moncloa misma, trabaja afanosamente en maquinar de qué forma se le puede sacar mayor provecho al gasto con vistas a conseguir ese objetivo. Después de mucho discurrir y devanarse los sesos, que para eso les han puesto piso, han tirado por lo fácil para ponerse de acuerdo en dos sentadas largas. Acuerdo de máximos, se entiende; o sea, de dispendio a lo loco. Lo mejor, según ese gremio creciente de eventuales, es repartir el maná del presupuesto público a pellizquitos entre el común para tener comiendo de la mano, o casi, a una muchedumbre agradecida. El problema es que suma que te suma, de poco en poco, muchas veces, el resultado final de la cuenta asciende a una pasta gansa que deja las arcas pelonas. Un pastizal, que dicen ahora. Pero, bien mirado, ¿a quién le importa el dinero? Lo importante de verdad es que cale en la opinión pública la idea de que nos gobierna un líder providencial y providente dispuesto a restaurar el orden natural y justo de las cosas que una confabulación masónico-liberal ha puesto del revés. En ese plan, se pueden librar millones a tutiplén sin pasar por derrochones. Yo estoy por seguirles el rollo hasta el final para ver si puedo sacar tajada. El verme reducido a paganini de un jolgorio que nos va a dejar en pelotas y tiritando ha liquidado mis escrúpulos previos -juro que los tenía- a la vez que ha disparado la proyección de mi alter ego más pesetero y oportunista. Lo cual viene a significar que tengo un plan; en realidad, una propuesta. Ahí va: a cambio de un convoluto que me permita liquidar el pico largo de hipoteca que todavía tengo pendiente de pago, pongo mi voto a disposición de Pedro Sánchez. Tan mal como suena, sí señor, pero lo he cavilado a fondo. En cualquier otra circunstancia, quiero decir, con otro inquilino en la Moncloa, no me haría ilusiones de prosperar por esa vía, pero a Pedro le tengo confianza: ha demostrado que, a la hora de gastarse el capital ajeno, o sea, el nuestro, no hay tipo tan rumboso como él siempre que le pueda sacar algún provecho al desembolso. Y, ahí, justo ahí, es donde mi propuesta puede tocarle la fibra. Por cuatro perras chicas no creo que me niegue el trato.
Yo, por si acaso, dejo fijado el precio de mi voto: barato, barato. Si la cosa cuela, que ojalá sí, a más de uno se le van a caer los dientes de la envidia.
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