Tiendo a creer que la gente común es mucho mejor de lo que se le supone o, al menos, que nunca ni en nada es peor que esa otra gente que la gobierna. Hay quien cree que soy un iluso por eso pero, al menos para mí, no es esa la cuestión.
Las visiones del ser humano como un ser egoísta o que busca principalmente su interés personal han sido siempre el fundamento teórico de los sistemas autoritarios: son necesarios estados y normas fuertes que controlen las tendencias innatamente egoístas del ser humano. Sin normas y sin estados la sociedad se convertirá —profetizan— en la ley del más fuerte.
Nunca me gustaron tal tipo de visiones y siempre me pregunté si, quienes gobernaban o hacían las normas, se creían hechos de un material distinto del que ellos pensaban que estaban hechos los gobernados.
Lo llevo viviendo toda mi vida: el gobernante elegido —en muchas ocasiones un tonto con credenciales— cree que él puede decidir mejor que esa masa inconsciente a la que llama «la gente». Unas veces porque cree que él está más capacitado para decidir (como si los votos aumentasen el cociente intelectual) otras porque piensa que dispone de más información (información que, por supuesto, obtiene de su cargo, no de su capacidad y que no comparte porque esa posesión exclusiva de la información aumenta su poder y su ridícula sensación de “saber más”) y, otras más, porque piensa que él es el encargado de decidir, como si eso excluyese la participación de alguien en el proceso de toma de decisiones.
Gracias a esta forma de pensar una abigarrada cantidad de tontos con certificación ISO nos gobiernan desde la noche de los tiempos. Y lo peor es que no son tontos cualesquiera: son tontos que piensan ser más listos que los demás; lo cual es la peor especie de tontuna que puede padecerse, pues, a la estulticia propia de la tontera añade la semilla de la maldad.
José Muelas Cerezuela
Comentarios
Fantaseaba orwell, o pesadilleaba si es me aceptais la figura literaria, con el poder por el poder mismo, el doble pensar, con partidos en el que solo medraban las cucarachas.
No son tontos cualquiera, son cucharachas que han medrado en el partido a base de eliminar de sus filas a los que tenian criterio propio, con el doble pensar tan arraigado que se saben titeres de otros y a la vez se creen libres, a la vez saben que dicen tonterias y que andan escasos de luces pero creen estar dando discursos magistrales desde su inteligencia.
Quizas han estado ahi desde siempre, como los atisbos de la locura que vemos por el rabillo del ojo. Por eso hay curriculums que te califican como sabio pero ni aunque un juez diga que eres medicamente tonta te dan el certificado correspondiente.
No me convence la redaccion, pero ahi lo dejo.
p.d. Que los inteligentes se crean menos de lo que son y sobreestimen a los demas, mientras que los ignorantes se sobreestimen y subestimen a los otros tiene un nombre, hasta un estudio psicologico.
Amenhotep, el primer gobernante era un matón con una pandilla de bestias que le servían y que se proclamó faraón.
Por favor no olvides el origen militarista de tu nick!
#2 Militarista?, Akenaton?
Poco después de su coronación, Amenhotep o Amenofis IV, intentó restablecer la plena autoridad regia frente a la tiranía ejercida por los sacerdotes de Amón. Para ello, emprendió una profunda reforma religiosa de tendencia monoteísta, centrada en la imposición del culto al dios Sol (Atón) en sustitución de Amón y de las demás divinidades egipcias. La nueva religión se basaba en la expresión de gratitud hacia la deidad solar, que con su calor daba vida a todos los hombres y animales.
En 1374 a.C., el faraón decidió cambiar su nombre, Amenhotep («Amón está satisfecho»), por el de Akenatón («el servidor de Atón»), y trasladar la capital de Tebas a la nueva ciudad de Aketatón («el horizonte de Atón»), actual Tell al-Amarna. A consecuencia de estos cambios políticos y religiosos, el arte egipcio experimentó una notable renovación durante su reinado, ya que perdió su tradicional carácter hierático para adoptar otro más humano y naturalista.
En política exterior, Akenatón se despreocupó de Siria y Palestina, territorios que cayeron en manos de los hititas. Los últimos años de su vida estuvieron marcados por constantes intrigas palaciegas, instigadas por cortesanos desafectos, que indujeron al monarca a repudiar a su esposa Nefertiti.