En Desengaño 14, Madrid, hay un ascensor que se queja en cada viaje como si transportara los pecados de todos los que lo han usado. El edificio parece uno de tantos: fachada cansada, portal oscuro, vecinos que intercambian saludos mínimos y miradas largas. Pero bajo el yeso se esconde algo más denso: una comunidad de vecinos que no necesita provocaciones para desconfiar, porque la desconfianza es su lengua materna.
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