Se cumplen dos meses de protestas ininterrumpidas en Georgia. Las de cada noche del pasado diciembre en Tiflis, entre la estación de metro Rustaveli y la Plaza de la Libertad, no eran las primeras de este tipo: cientos de georgianos habían protestado en verano frente al Parlamento contra la ley “sobre la transparencia de la actividad de agentes extranjeros”. Esta vez era diferente en forma, aunque no tanto en fondo. La multitud, el ruido, el grado de violencia y el hartazgo eran mayores.
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