Un día de enero de 2016, la British Board of Film Classification (BBFC) recibió en sus oficinas un paquete inusual: un largometraje de 607 minutos (más de diez horas) que no mostraba otra cosa que pintura blanca secándose sobre un muro. Aquella cinta, titulada 'Paint Drying' ('Secado de pintura'), no era un experimento estético ni una nueva forma de cine contemplativo, sino una protesta en toda regla contra los elevados costes que la BBFC impone a los cineastas independientes para clasificar sus películas.
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Debería haber insertado un par de fotogramas con imágenes NSFW para asegurarse de que estaban prestando atención.