Se tumbaba y cubría su cuerpo de nieve. Masticaba hielo y esperaba cuento hiciera falta a que apareciera un enemigo. Cuando algún soviético tenía la mala suerte de ser localizado entre el guiño de Simo Häyhä y el cañón de su fusil, su cuerpo acababa tendido sobre la nieve con el eco de un disparo rebotando en los árboles del bosque. Así hasta en más de 500 ocasiones.
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