Si el hijo de una pandero de pueblo sigue con la tradición familiar ofreciendo buenos panes, no pasa nada. Pero si un alto ejecutivo de las finanzas de la City londinense decide dejarlo todo y abrir una panadería en ese mismo pueblo, entonces nos volvemos locos. Así somos y debemos asumir que es algo ridículo, pero vamos con la historia que tiene miga.
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