En 1961, el embajador Henri Helb tenía dos gatos siameses que campaban a sus anchas por las dependencias de la Embajada de Holanda. Mientras Henri trabajaba en su despacho, algo sobresaltó a los gatos. El embajador, pensando que sería algún roedor, pegó la oreja a la pared pero no escuchó ningún ruido que pudiese confirmar sus sospechas. Cogió a los gatos y los intentó calmar acariciándolos pero en cuanto los dejó volvieron a arañar en el mismo punto. Algo había detrás de la pared que les irritaba.
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La etiqueta de "gatos trabajadores" les viene como anillo al dedo