León es una región que ha padecido muchos años de abandono institucional. Lenta pero inexorablemente se ha ido desmantelando todo su tejido productivo. Primero le tocó al sector agrícola y se perdió la oportunidad de crear una industria relacionada con los productos hortofrutícolas, como la que existe en La Rioja o en la Ribera de Navarra. Después se liquidaron las minas de carbón. Eso supuso un importante trauma para los valles mineros y toda la industria auxiliar que estaba repartida por la provincia. Se habló mucho de “reconversión industrial” y de un futuro para las cuencas que nunca ha llegado. Hoy en día, los anteriormente prósperos municipios mineros, languidecen cerrando negocios, consultorios médicos, colegios e institutos. A esto se le suman los efectos de la contaminación; las empresas mineras se fueron pero aquí dejaron el desastre medio ambiental y social. Poco a poco, y a muy largo plazo, van llegando los fondos para ir descontaminando las zonas más afectadas, donde, en algunos casos, suponen verdaderos problemas de salud pública. Después llegó la crisis de 2008, crisis de la que la región nunca ha salido. Esto supuso la última estocada. La gente joven, sin posibilidades de labrarse un futuro en su tierra tuvo que salir en masa. Madrid, Dublín, Londres, Ámsterdam, Estocolmo y hasta Santiago de Chile fueron los destinos escogidos entre mi círculo de amistades. Hoy en día, mientras muchas regiones de España han salido de la crisis y crecen en términos de población y empleo, por aquí seguimos igual o peor ante la aparente indiferencia o impotencia de las distintas administraciones. Asomarse a un portal de empleo y seleccionar la provincia de León ofrece unos resultados francamente espantosos. Ante estas perspectivas laborales, por León se ven muy pocos inmigrantes y mucha gente mayor. Esto llama el atención en la capital de la provincia, pero en ciudades menores como La Bañeza, Bembibre, Fabero o Villablino es un hecho muy evidente. Produce una extraña sensación ver la mayoría de los locales cerrados en las principales calles comerciales.
La Junta de Castilla y León reconoce el grave problema que supone la despoblación pero no tiene ningún plan viable para atajarlo. Solo parches calientes que en la mayoría de los casos, benefician a los poderosos y en el largo plazo, perjudican a la mayoría. En ocasiones esto me hace pensar en el gobierno autonómico como un ente que trata a su propio territorio como una colonia de la que extraer recursos y máximos beneficios. La lista de ejemplos es larga: la caza, cuya ley ha sido recientemente impugnada en los tribunales. El proyecto de estación de esquí en el puerto de San Glorio, en el corazón del Parque Nacional de Picos de Europa, también paralizado por la justicia. El proyecto de minas de uranio a cielo abierto en Salamanca, también pendiente de trámites burocráticos y judiciales. Los numerosos parques eólicos salpicados por la corrupción y con dudosos planes de impacto ambiental, como digo, la lista es larga…
Da la impresión de que, en la mayoría de los casos, los políticos autonómicos, ven su paso por la Junta como un puente que les llevará a la política nacional, su verdadera ambición. La satisfacción del aparato del partido se antepone al bienestar de los ciudadanos administrados. En las últimas elecciones el partido más votado en Castilla y León fue el PSOE, pero gracias al apoyo de un exiguo Ciudadanos el Partido Popular pudo perpetuarse (más de 30 años van ya) otra vez en el poder. Las expectativas de que algo cambie tendrán que seguir esperando.
Todos estos hechos y algunos más han provocado que el latente leonesismo haya cobrado fuerza y apoyo. No obstante, León es la única región histórica de España que no se ha constituido como comunidad autónoma. A priori la unión con Castilla no se presentaba como mala del todo, pero el paso de los años ha puesto en evidencia que solo ha beneficiado a dos provincias. Las declaraciones de la vicepresidenta de la Confederación de Organizaciones Empresariales de Castilla y León (Cecale), en las que instaba a las administraciones a invertir solo en el eje Valladolid-Burgos porque «es lo que funciona» no ayudan mucho a creer en la vertebración de la comunidad. El desplazamiento del eje ferroviario, la paralización del polígono logístico de Torneros, León, la subvenciones a las empresas que se instalen en Boecillo, Valladolid, el apoyo más que explícito al aeropuerto de Villanubla, Valladolid, tampoco ayudan demasiado.
Aunque importante, no todo está relacionado con lo económico. En lo cultural, se ha aplicado una labor de uniformización, se ha tratado de que la población haga suyos unos símbolos que nunca le han resultado familiares. Se han creado festividades y celebraciones un tanto artificiales que no han terminado de cuajar entre la gente, se ha dejado morir a la lengua leonesa, a pesar de que el propio Estatuto de Autonomía de Castilla y León dice lo siguiente en su título preliminar: "El leonés será objeto de protección específica por parte de las instituciones por su particular valor dentro del patrimonio lingüístico de la Comunidad. Su protección, uso y promoción serán objeto de regulación.” Actualmente, no es posible estudiar en ninguna Escuela Oficial de Idiomas, Instituto o Universidad de la comunidad autónoma la lengua leonesa. Ni se protege, ni se promociona ni nada. El senador valenciano Carles Mulet, de Compromís, tuvo que hacer una llamada de atención sobre el menosprecio de la Junta y Estado al idioma leonés, dada la indiferencia de senadores y diputados leoneses, engranajes de sus partidos a los que poco les importa su territorio.
Pero León es solo un caso más. La realidad del abandono es compartida con otros territorios, como Aragón o Extremadura. Esta es la España que se ha construido. Se ha fomentado la concentración y crecimiento de las grandes capitales. La periferia ha sido la gran olvidada, independientemente de las siglas políticas. Es hora de construir una España más justa y equilibrada. Es hora de recuperar la dignidad y el futuro de estos territorios.