Los videojuegos violentos, señalados como culpables después de los ataques en Noruega, en realidad sólo desempeñaron un papel mínimo en la vida del presunto asesino. El juego sólo ocupaba un pequeño lugar en el prolífico escrito de Anders Breivik: sólo unos pocos párrafos, dispersos en más de 1500 páginas de texto. En su vida, así, el juego parecía tan solo tener una importancia marginal, incluso si se trataba de uno de sus pasatiempos principales.
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