La cuestión, sin embargo, es que probablemente debería ser hora de librarnos de las agencias de calificación de riesgos. No por cuestiones conspirativas, sino de eficiencia. Claro que no hay que olvidar que quienes hemos creado este monstruo somos usted, querido lector, y yo. Los reguladores (o sea, los Gobiernos), han delegado en las agencias la calificación de la deuda pública y privada. A su vez, los mismos reguladores exigen que los bancos tengan deuda de una determinada calidad.
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