El rey en cuestión era Alfonso XII y andaba visitando un hospital militar durante una campaña contra los carlistas cuando se acercó a una cama para dar ánimos al soldado que allí se postraba. Le dijo: “¿Qué tal, capitán?”. El enfermo, en un acto de valor, que ya saben ustedes que el valor se le presupone a los soldados, contestó: “Soy teniente, señor…”. El rey, por no rectificar, apuntaló su error con: “¡He dicho capitán!”.
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