Faltaban sólo dos semanas para que Moscú inaugurara sus Juegos Olímpicos de 1980. Concentrado en Minsk, el equipo femenino de gimnasia preparaba una cita que se había convertido en una revancha. Y no por el anunciado boicot de EE UU y otros países al evento, la gimnasia era entonces un deporte dominado por los países de la Europa del Este. Lo que preocupaba a los responsables del equipo femenino era que la rumana Nadia Comaneci, la misma que había asombrado al mundo cuatro años antes, repitiera hazaña en suelo enemigo.
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