Dice la Constitución del 1978, en su árticulo segundo: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.
Pero eso, claro, son solo letras juntas. Una carta magna en la cual el áparato del estado se refugia para lo que le interesa. Una carta magna, que 40 años después, queda totalmente desfasada, demostrando su incapacidad y desenfoque con el trato del conjunto de los españoles.
Porque, seamos claros. España nunca ha sido una nación. Ha sido un país. Un país compuesto de naciones. Por tanto, este segundo árticulo es un trampantojo basado en una mentira. España es la unión de naciones, por mucho que la caverna mediática y gubernamental -óxidados pensamientos de un ayer fascista que recuerda con cariño áquel "una, grande y libre".
Nada más lejos de la realidad. Ni España es grande, ni es libre, ni es una.
España, gobernada al antojo del binomio PP-PSOE, se venta ante la opinión pública internacional de ser un garante de la justicia, del bienestar social y del avance socio-económico. Que le pregunten a Baltasar Garzón. Que le pregunten a los Jordis, en prisión preventiva desde hace casi un año. Que le pregunten a todos los políticos, que en pleno siglo XXI están en diversos puntos de Europa, no huídos de la justicia -todos, sin excepción, han pasado por los juzgados cuando han sido requeridos (evidentemente no delante de la justicia española), y puestos en libertad sin cargos cuando las euroordenes promovidas por el áparato del estado han caído como fichas de dominó. Papel mojado para la juridisprudencia europea.
No hay sedición. No hay rebelión.
Sin embargo, España saca las garras, mediante autos judiciales debidamente "arreglados", cuando la situación política se sale de madre. Vemos, aterrorizados, como la oposición al estado y a su funcionamiento se salda con represión.
Y no vale. No vale vestir con seda a la mona. Es horripilante, para cualquier democráta que se precie, ver como se piden penas de prisión para Oriol Junqueras de 25 años. 25 años a la sombra por ser el líder de un partido político.
Cambían las formas (ya no se usa el garrote vil, ya no se mata institucionalmente, gracias a Dios, en este país), pero no el fondo. España tiene un problema, de raíz. No se puede poner en prisión a gente que no cree en lo mismo que tú. No se puede atajar un problema por la via judicial. No se puede pensar que el tiempo y las rejas resolveran el problema de unidad.
Hoy, en España, hemos perdido un poco más de libertad a espensas de fomentar más rádicalismo y más odio entre españoles. Ha perdido la oportunidad de hermanar los diversos pueblos del estado. Ha perdido la confianza de una gran parte del pueblo catalán, que ve como sus opciones políticas son abolidas y fulminadas, en pro de una supuesta justicia política.
Desde hace un año, la democracia española está de luto. No hay otra lectura posible.Si es usted democráta, cuélguese el lazo. No el amarillo. El negro. Si es usted de los que creen que España es una, grande y libre, está de enhorabuena. El totalitarismo y el odio contra sus semenjantes están el alza.
Lo más delirante es que no parece que nada vaya a cambiar en breve, y que, el tiempo, que otras veces cura heridas; en esta ocasión normaliza algo tan extraórdinario como es la prisión preventiva por un largo periodo de líderes políticos y sociales por algo, por ejemplo, tan inócuo como disolver una manifestación subido a un coche. Lo más delirante, también, es la inacción de la sociedad española ante la represión política, como si viese que no va con ella. Y es totamente erróneo. Va con todos nosotros, somos nosotros los garantes del cambio y los garantes de la democracia.
No podemos mirar a otro lado, o peor, asumir que es de justicia que Oriol Junqueras, Raül Romeva, Carme Forcadell, Jordi Sànchez, Jordi Cuixart y Dolors Bassa esten en prisión. Ahora es la independencia. Mañana serán nuestros derechos. Entonces si seremos traídores de la patria, aquella que tantos se afanan por mostrar con grandes rojigualdas, mientras nuestros derechos cíviles y políticos se estrechan.