Millones de personas usan cada día la aplicación del español, y cualquiera podría pensar que un invento tan universal podría retirar a cualquiera para siempre, pero en el caso de Galindo la historia es diferente. No registró ninguna patente ni firmó nada por escrito. A sus dieciocho años, sólo pidió un empleo vitalicio para él y su familia en un estanco de Las Ramblas.
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