El bilbaíno Eduardo Arroyo no rema a favor de corriente. Durante el 'boom' no se enriqueció, dice, y ahora cree, con justicia e idealismo, que debería crearse un "comité de demolición", formado por sabios ajenos al negocio inmobiliario, para echar abajo todo aquello que, avivado por la avaricia, realmente no sirva para lo que fue construido, ya sea un bloque de viviendas, una biblioteca o un palacio de congresos. Crítico y partidario de limpiar la profesión de burocracia y voluminosos estudios de arquitectura contfaminados por el trabajo fácil.
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