Antes de que la gigantesca ascua llameante tocara el suelo, el negocio de los zepelines ya valía menos que una pavesa. En una época en que aún no se estilaban las largas listas de advertencias y disclaimers de hoy, probablemente muchos pasajeros del Hindenburg viajaban ignorando los 200 millones de litros de hidrógeno rodeados de materiales combustibles que llevaban sobre sus cabezas. La gloria del poder aéreo nazi ardió como el pelo de una muñeca el 6 de mayo de 1937 sobre el aeródromo de Lakehurst en Nueva Jersey (EE. UU.)
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