Ocho días atrapado bajo el peso de mil escombros, sin luz, sin agua, sin nada que llevarse a la boca. Ocho días sin ver a su madre y su familia. Ojos hundidos por la deshidratación. No hay lágrimas porque los más pequeños siempre guardan la esperanza. No hay dolor porque la vida es todavía un juego para ellos. Por eso, cuando se hace la luz, cuando se acaba la pesadilla,… siempre hay una impresionante sonrisa. Kiki ha vuelto y viene para terminar el juego.
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