El pasado seis de enero, como es costumbre, me encontraba yo en una de esas copiosas comidas familiares, curiosas reuniones, en las que si observáis detenidamente, se puede apreciar un discreto reflejo de la sociedad; mientras uno le pega un trago de vino a su copa y comenta lo mal que le parece la ley antitabaco, el otro degolla una gamba con los dedos sin olvidarse de replicarle a su cuñado, hermano o sobrino la perfección que le suscita la dichosa ley.
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