Había un rastrillo en Madrid que no se ubicaba en ninguna parte. Que no tenía nombre. No lo trabajaba ningún comerciante ni había compradores en él. Sus productos, de todo, tampoco valían dinero. Tan peculiar era este mercado, que ni siquiera su creador, el Ayuntamiento de Madrid, sabía de su existencia. Había, porque ya no lo hay. Otra vez la crisis....
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