Nos hemos empeñado desde el inicio de la crisis soberana europea en negar la evidencia. Cuando un estado entraba en desgracia, el voluntarismo de los demás por distanciarse se activaba de inmediato. Ahora es España la que está en el punto de mira. Y la insana indiferencia inicial y la teórica imposibilidad posterior se han visto sustituidas por la incredulidad y la indignación. Los datos son los que son y ni los observadores externos pueden ni los analistas españoles deben sustraerse a ellos. Porque son caldo de cultivo para lo peor.
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