Los mercados le han expropiado su poder al pueblo (al demos), para privatizarlo en exclusivo beneficio de los acreedores privados. Así, la calidad de la democracia ya no se mide hoy por la legitimidad de sus resultados políticos sino por el valor de mercado de su deuda soberana. Y de este modo, la democracia ya no representa el autogobierno del pueblo sino la sumisión contra natura del Gobierno civil a los mercados externos, subvirtiendo así la relación entre poder democrático y soberanía popular. Artículo de opinión de Enrique Gil Calvo
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