La culpabilidad, tarde o temprano, se manifiesta en el rostro. Entre varios sospechosos, para hallar al culpable, uno ha de armarse de paciencia, fijarse en los pequeños gestos... hasta, llegado el momento, restregar el cuerpo del delito en sus morros, literalmente. De este modo, el muy perro mostrará su verdadera cara, y con ello su evidente culpabilidad.
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