¿Es razonable que un enfermo del corazón de 65 años de edad tenga que esperar más de 15 meses para someterse a unas pruebas que determinen la evolución de su dolencia? Puede que el sentido común diga que no, pero eso es lo que le ocurre a Antonio Pérez, un vecino del Puerto de la Cruz al que se le ha diagnosticado una arritmia cardiaca, en principio no urgente, pero cuyo posible desarrollo le causa inquietud. "Si estoy bien no pasa nada, pero ¿y si estoy mal?", se pregunta.
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