Decían que era imposible. Ni siquiera Henry Ford, el hombre que había motorizado a EEUU con el modelo T, parecía capaz de fabricar un bombardero pesado cada hora. Pero en plena Segunda Guerra Mundial, lo consiguió. La fábrica de Willow Run, situada al oeste de Detroit, fue mucho más que una planta de producción: fue un símbolo del ingenio industrial americano. Con más de un kilómetro y medio de largo, cambió para siempre la historia de la aviación al aplicar por primera vez la producción en cadena del automóvil a los bombarderos B-24 Liberator