Recuerdo cómo hace unos años el que fuera rector de la Universidad de Castilla-La Mancha, Luis Arroyo, fumándose un puraco en una reunión con profesores -él se lo permitía-, se jactaba de que en su universidad la mayoría de los bedeles tenían un título universitario. Efectivamente era así, pero nunca creí que esto fuera un mérito o motivo de gozo universitario, más bien todo lo contrario.
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